El detective no lo tendría nada fácil. Cuando comenzaba a derrotar al vaquero, le nacía un duro competidor, que jugaba con ventaja. Me refiero al súper héroe. En 1932 el escritor Jerry Siegel y el dibujante Joe Shuster crearon a un tal Superman, que comenzó a volar públicamente en junio de 1938 en las páginas del número 1 de Action Comics.
Vale que Philip Marlowe ya había comenzado a mostrar su calibre en 1934, en el relato corto Finger Man, y que en años posteriores protagonizó varias narraciones bajo distintos nombres, como Carmady o John Dalmas. Pero aún no era el Marlowe que conocemos. De hecho, en Finger Man no vivía en la ciudad de Los Ángeles que tan bien pintó Chandler en sus novelas, sino en una población imaginaria llamada San Ángelo.
Y en eso se parecía, sin saberlo, a su competidor kriptoniano. Kal-el, criado en la imaginaria Smallville, desarrolla su doble vida como héroe y periodista en la también ficticia Metrópolis.
Cuando Marlowe ya fue Marlowe para siempre, es decir cuando se publica su primera novela, El sueño Eterno, ya vivía en Los ángeles que amó y odió al mismo tiempo su padre literario Raymond Chandler, criado en Inglaterra y profundamente anglófilo, pero que supo capturar como pocos el espíritu californiano.
Las perlas de mi madre
Corría 1939, año en el que “nació” otro duro competidor enmascarado, sin habilidades alienígenas pero con dos súper poderes muy humanos: la venganza y el dinero. Nos referimos, claro está a Batman, creado por Bob Kane y Bill Finger (aunque sólo se reconoce la autoría al primero) y propiedad de DC Comics. Su primera aventura fue El extraño caso del sindicato químico y se publicó en la revista Detective Comics n.º 27. A diferencia de Súperman, Batman tiene un lado oscuro y lo explota para aterrorizar a los objetivos de su revancha. Conoce lo peor de la sociedad, por eso vive entre sus sombras, donde no tiene que detenerse en los límites de una leyes que no protegen a los más débiles y amparan a los poderosos.
En eso se parece al detective, aunque el propio alter ego de Batman es un millonario dueño de esa clase de mansiones que Marlowe y sus hijos suelen visitar con desconfianza cuando alguien los llama porque las garantías del sistema no han funcionado para proteger sus privilegios.
La amargura de Batman se podría equiparar a la melancolía casi alcohólica de Marlowe, con la diferencia de que el segundo cree en la Humanidad a pesar de su cinismo burlón, mientras que el primero lo observa todo y nos observa desde las alturas de su venganza.
Y conviene señalar que el apodo de Batman es “El detective”, aunque sus métodos de investigación siempre fueron más próximos a los de un Sherlock Holmes tecnológico que de un sabueso golpeado y melancólico.
En todo caso, a estos dos Súper héroes fundacionales siguieron muchos otros y varias “edades doradas”, la primera de ellas a comienzos de los 60, cuando la Marvel entra a jugar fuerte en competencia con DC Cómics y nace el héroe con problemas más o menos cotidianos, de los que Spiderman es, probablemente, el paradigma.
En la mente de todos está el resurgir de los súper héroes con el nuevo siglo, cuando las tecnologías digitales permitieron que las películas alcanzaran e incluso superaran las posibilidades plásticas de los cómics. En cada renacimiento, los héroes con poderes se han vuelto más próximos a nosotros (todo lo próximo que puede ser un tipo que vuela o levanta transatlánticos con una mano), tienen preocupaciones terrenales, se casan y divorcian y hasta tienen deseos sexuales.
El detective apenas ha cambiado, salvo algunos matices de los que hablaremos más adelante. Y sin embargo, al igual que el abuelo común, el vaquero del oeste, los justicieros con capa o máscara tampoco han visto prolongada su épica mediante la literatura, un arte menos espectacular pero que puede otorgar la inmortalidad a sus héroes, sin necesidad de que los pique araña alguna o su planeta natal estalle en pedazos. Averiguar por qué es un caso digno de Marlowe o sus nietos.
Carlos Salem