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Según he podido comprobar a lo largo de estos años, tanto como periodista como desde el punto de vista de autor, escritoras y escritores solemos albergar el síndrome del impostor, quizás porque nos gusta demasiado nuestro trabajo y necesitamos agregarle algo de drama para que no se note todo lo que disfrutamos.

De allí que, más que mentir, de una u otra manera fomentamos cierta mística del oficio, a veces casi sin darnos cuenta.

Supongo que de esa contradicción nacen los mitos o estereotipos que se transmiten por los medios de comunicación y que ingenuos aspirantes a escritores acaban dando por ciertos.

No pretendo estableces una verdad absoluta sino una teoría, acaso un mito más de los que solemos acuñar en torno a la escritura.  Iremos viendo unos cuantos ejemplos,pero propongo empezar por uno

El personaje tiene vida propia

Lo hemos leído mil veces, lo hemos escuchado por la radio y hasta lo hemos visto en las pocas entrevistas que a los escritores dedica la televisión. Un señor o una señora diciendo aquello de que «Mis personajes cobran vida propia y me dicen qué es lo que quieren hacer, toman las riendas del relato y yo voy detrás escribiendo lo que deciden hacer» 

Lo que no

En caso de tomar al pie de la letra estas declaraciones tan frecuentes, autoras y autores de sus libros -y de estas afirmaciones- serían firmes candidatos a la camisa de fuerza, o como mínimo a un diagnóstico de personalidad múltiple.

El personaje, incluso aunque sea un personaje basado en alguien de la vida real, no existe sobre el papel hasta que no lo creamos, y hacemos con él lo que creemos lógico para su psicología (o para las ventas, que cada palo aguante su vela según el viento que elija).

Adjudicarles una voluntad propia más allá de la metafórico, es uno de esos mitos que creamos para rodear nuestro trabajo de un aura casi mágica (y quizás un vano intento por ser mejor pagados al realizarlo, ya que escribir, escribe mucha gente, pero crear personajes que tengan vida propia debería cotizar mucho más).

Lo que sí

Crear un personaje -o recrearlo- que es otra forma de crearlo, demanda idear también su psicología, una biografía que va mucho más allá de lo que incluimos en las novelas. Quien ha trabajado a fondo un personaje llega a plantearse cómo reaccionaría ante tal o cual situación, incluso de nuestra vida cotidiana. Mención aparte merece el hecho de que a menudo les prestamos parte de nuestra personalidad, de la forma en que somos o creemos que somos y quisiéramos ser. En pocas palabras: el personaje existe en nuestra mente antes de que lo fijemos en el papel, y eso hace que sintamos como lógicas las decisiones que tomamos en su nombre, resultan tan orgánicas a la personalidad que le creamos, que a veces nos sorprendemos, porque nosotros hubiéramos tomado otra opción.

Lo que debería quedar claro es que nosotros hemos tomado esa opción final, y se la imponemos al personaje con mayor o menor amabilidad. Y el personaje obedece porque no tiene vida propia.

Tienen una vida que hemos reflejado de modo limitado en el papel, y mucho mayor en nuestra imaginación, en la que hierven las distintas posibilidades, los diferentes caminos a seguir, las actitudes que ese personaje puede adoptar frente a distintas situaciones.

Todo esto puede darnos una sensación de vida independiente, porque para nosotros el personaje solo puede hacer lo que decidimos una vez que hemos analizado consciente o inconscientemente todas las opciones.

Si me preguntas, yo sé cómo reaccionaría la mayoría de mis personajes ante elecciones imprevistas, y puedo llegar a percibirlo como la única opción en cada caso, porque (concreto y definido o solamente con un trazado vago), ya sé cuál será su destino y su final. 

Es una sensación maravillosa, casi mareante, y cuando conseguimos que se refleje de una manera más o menos fiel sobre el papel, muy satisfactoria.

Conclusión

Desde todo punto de vista, alimenta más la autoestima -siempre frágil- del escritor el hecho de hacer creíble lo increíble y dotar a un personaje de personalidad tan definida que parezca tener vida propia.

En lo personal, me da mucho más placer experimentar esa sensación que convencerme de que toman decisiones por su cuenta. En especial, porque cualquier personaje medianamente inteligente, si tuviera la posibilidad de libre albedrío, me hubiera abandonado hace mucho tiempo.

El proceso de escritura es diferente para cada cual, de modo que no estoy tachando de mentirosos a los y las colegas que creen tener personajes con vida propia.

Pero por si acaso, si alguna vez me escucháis a firmar eso, ir encargando una camisa de fuerza de color negro, que además de hacer juego con mi pañuelo, adelgaza bastante. O eso dicen.

Carlos Salem

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