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Hace unas semans abrimos un melón que lleva abierto medio siglo, por lo menos: ¿Qué es y qué no es novela negra. Con el ánimo claro y malicioso de generar debates que nadie necesita pero pocos rehuyen, lancé el guante y varias reconocidas firmas del género han ido exponiendo su opinión. Hoy nos asomamos a la de Víctor Claudín. Madrileño nacido en 1954, es periodista y escritor. Como periodista ha sido redactor de Ozono o Camp de l’arpa, director de los gratuitos Información al día y Aquí y ahora, jefe de cultural del diario Liberación, colaborador de El Pais, Informaciones, El Viejo Topo, Diario 16, Triunfo, agencia Copilsa o La Clave, por citar algunos de los medios donde ha rabajado.
Entre su libros publicados El antro de la Buscontra (Mondadori, 1989), Escrito en una ola (A luz del candil), 2002), Me llamo Marta y soy fibromiálgica (La Esfera de los libros, 2004) o Mar Cerrado (Martínez Roca, 2006). El siguiente artículo, en su versión completa, podrá leerse en la revista El Papagyo Verde, en su número de octubre.

Al principio fue la novela de intriga que nos permitió, además de disfrutarla como literatura correcta, conocer la vida de la alta sociedad de la época, en especial la británica merced a las novelas de Agatha Christie y Conan Doyle. También la francesa gracias a las novelas de Simenon. Y nos propuso, habitualmente, retos intelectuales, entretenimiento. Eran juegos de lógica, siempre merodeando el crimen en el cuarto cerrado, resoluciones que parecían imposible. Literatura de distracción, delicada, donde la razón era el arma utilizada por aquellos detectives que todo lo podían. Artificio impecablemente montado en el que, no siempre, eso sí, el asesino era el mayordomo.
En las tres primeras décadas del siglo XX, cuando el género policial o detectivesco llevaba tiempo establecido con fuerza, unos escritores norteamericanos dieron una contundente vuelta de tuerca al relato. Raymond Chandler lo dijo de Dashiell Hammett, opinión extensible a aquella hornada de autores que desde la distancia parecen envueltos por la bruma de una borrachera de bourbon: “Sacó el crimen del jarrón veneciano y lo tiró en medio del callejón. Devolvió el asesinato a las manos de la gente que lo comete por razones sólidas y no para proporcionar un cadáver a su autor”.
Había nacido un realismo crudo, hasta hiriente, que desdeñaba el lirismo y que sentenciaba a la sociedad por la que nacía: “El mundo, en general, y la sociedad en particular, es un lugar hostil donde se ha de atacar para no ser atacado”. Tal es la sentencia de su base ideológica.
Desde el principio, ese movimiento más que al crimen en sí, otorgaba una crucial importancia a crear personajes reales, cotidianos, a atender las condiciones de la calle, a describir ambientes de la clase media y baja, a romper el arquetipo de buenos y malos, a denunciar la corrupción de los poderosos, etc. Así se metía en los antros de la noche, buceaba por los bajos fondos, se arriesgaba en las cloacas del poder, siendo la calle su territorio natural.
Esta literatura seguía manejando al investigador, al detective, pero ya era otro tipo, ahora duro, con sus pasiones y defectos, apartándose bastante del pensador brillante de antes, envuelto frecuentemente en aventuras violentas. Ya la novela se había encarnado en la sociedad, provocando una simbiosis enriquecedora. Porque la novela aporta su visión crítica, ácida del entorno de donde se aprovechan las tramas, incluso las noticias del periódico resultan ser el principio de todo.
Según se considera, este movimiento se inició en los años veinte cuando algunos autores de renombre comenzaron a publicar en revistas estadounidenses, donde poco antes sólo aparecía subliteratura. Ahí firmaron todos: Hammet, Chandler, James M. Cain, Lester Dent, Stanley Gardner y un larguísimo etcétera. De aquellos relatos Ellery Queen dijo: “En su mayoría son fallos, según podemos juzgar retrospectivamente; pero fallos en una magnífica renovación del estilo, fallos que quedaban sobradamente compensados por las tres uves del género: vigor, vitalidad y veracidad.”
El relato policial detectivesco original, ha circulado desde entonces en compañía de la novela negra, de la literatura dura, coincidiendo en múltiples ocasiones, originando mestizajes originales. En la actualidad yo reconozco muchos más autores y, sobre todo, autoras, dentro de la primera línea. Se ofrece en los anaqueles de las librerías (especialmente de las grandes superficies), mayoritariamente, el esquema de la novela que parte del crimen y que el desarrollo nos va trasladando al pasado del hecho, con mucho interrogatorio y unos pocos descubrimientos. Todo liviano, seductor, generalmente gratuito. Algunos ofreciendo resultados espectaculares desde mi punto de vista, aquí quiero acordarme de Domingo Villar.
De hecho, muchos llaman novela negra a todo; con tal de que haya un crimen, ya es una novela negra. Pues no, no es eso. Si bien hay que reconocer que el género, muy maltratado durante muchos años, hasta conseguir el reconocimiento de su valor, se ha convertido en una especie de saco sin fondo.
En la novela negra se han subsumido otros géneros que, por sí mismos, prácticamente han desaparecido. Me refiero a la novela costumbrista, a la novela picaresca, a la novela sicológica y, muy especialmente, al realismo social. También ha bebido de la novela histórica, en una interrelación en ocasiones pesada. Además, a la novela negra le cuesta mucho distanciarse de una novela de denuncia, aunque sólo sea a través de su descripción de la realidad por el relato de la acción.
Personalmente me sitúo en la línea dura, la más pura de la novela negra, sin despreciar en absoluto la otra, más policial detectivesca. Prefiero lo descarnado, los personajes ambivalentes, incluso que el protagonista sea el malo. Y aunque no es una propuesta previa, lo más frecuente, que desde luego no lo único, es que mis novelas tengan una poderosa carga social, de denuncia. Mis autores de referencia son Chester Himes, Horace McCoy, Don Winslow, Mankell, Philip Kerr y otros entre los que destaca, por su fiereza, Jim Thompson. Y, en el terreno de lo criminal psicológico, la más grande: Patricia Highsmith.
En definitiva, tengo la sensación, basada en la observación, de que la novela negra no cuadra nada bien con la corrección política, la característica que más me acerca a ella, muy al contrario de lo que sucede con la abrumadora presencia de obras más complacientes y domésticas.

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