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Curso de narrativa. Clase 14

«¿Por qué un cuento que pintaba tan bien se me ha quedado en esto?»

ÍNDICE DE CONTENIDOS DEL CURSO COMPLETO

 

CLASE 14: MÁS ERRORES FRECUENTES

Estamos eufóricos. Sabemos que el relato al que hemos puesto punto y final contiene elementos brillantes y, por momentos, refleja lo que queríamos contar. Incluso no ha sorprendido en algunos pasajes, con frases o párrafos que parecen ajenos, obra de un escritor mucho más importante que nosotros. Disfrutemos de esa sensación. Y desconfiemos de ella.

Seguimos dentro de la historia, no somos capaces de evaluarlade modo imparcial. Si la releemos por tercera vez, como sabemos qué ocurrirá, pasamos veloces sobre los párrafos menos interesantes, en busca de aquellos que nos permitirán regodearnos.

Necesitamos tiempo para tomar distancia, guardar le cuento en un cajón (siempre es mejor leerse en papel que en pantalla), y olvidarlo durante unos días, y hasta comenzar a escribir otro, si podemos.

Luego abrimos el cajón y leemos el cuento como si fuera de otro, como un lector desprevenido, y disfrutamos de él.

A continuación volvemos a leerlo, y señalamos los tramos a mejorar, que los habrá. Sólo después de este proceso le habremos hecho justicia al cuento, que será mucho más bueno que cuando acabamos de escribirlo.

«Esto no se lo cree nadie”

Un error que estropea grandes relatos. Nuestro entusiasmo por la idea que acabamos de tener, esa visión “completa” (aunque llena de agujeros que creemos fáciles de llenar) en la que  el final aparece como el remate ideal y sorprendente al mismo tiempo, no hace olvidar que la narración  tiene que tener una estructura incluso si se trata de un relato fantástico o de ciencia ficción.

(En un relato en el que las vacas vuelen y sea algo natural en esa sociedad o una novedad que se convierte en permanente, la vida cotidiana tiene que verse cambiada por ese hecho; por ejemplo, nadie caminará alegremente por la calle cuando desde cientos de metros de altura puede caerle  una “bomba” de varios kilos de detritus de rumiante, que podrían herirlo o matarlo. Es decir que, si las vacas vuelan desde siempre, en esa ciudad habrá túneles para ir de edificio a edificio, o las aceras estarían cubiertas de toldos metálicos reforzados…)

La verosimilitud de un relato no se basa sólo en las leyes físicas que conocemos, sino también en el respeto de aquellas que hayamos creado para ese cuento.

En su relato Carta a una señorita en París, de Julio Cortázar, vemos que algo inaudito se narra: un señor que vomita minúsculos conejitos vivos, y tan revoltosos que, escrito mucho años antes que la famosa película posterior, uno no puede evitar pensar en los gremlims. No se explica el porqué de ese fenómeno, aunque sí queda claro que no es algo usual en el mundo que inventa el narrador. Hasta donde sabemos -y sabe él- es un hecho extraño del que no hay más referencias que su testimonio. No obstante, una vez aceptada esa circunstancia, lo que ocurre en consecuencia es verosímil.

La verosimilitud en la estructura es importante y lo es más cuanto más ahondamos en lo narrado.

Si escribo un microrrelato sobre un hombre solo en un planeta liso como una bola de billar y esbozo sólo un par de ideas al respecto, el lector estará atento sólo a lo que le muestre y mirará hacia dónde le señale.

En cambio, si profundizo en la experiencia del personaje y en su día a día, será inevitable responder a la pregunta antes de que el lector se la plantee:

¿Qué come ese personaje en un mundo de marfil, sin plantas ni animales? 

Podemos resolver esos problemas, si los detectamos y no dejamos que la bella música de nuestras palabras nos impida escuchar esas preguntas.

Podemos recurrir a soluciones lógicas dentro de la falta de lógica del cuento, como un árbol de manzanas o un puesto de venta de bolsas de pipas (yo lo usé en un relato y me permitió que el relato creciera) ; podemos jugar la baza poética(se alimentaba de mordiscos que daba a las nubes más bajas y que sabían a vainilla); podemos inventar la solución que sea mientras su implantación en el relato no suponga una desviación tan importante que convierta el cuento inicial en otra cosa, salvo que detectemos que al hacerlo, el cuento mejor, crece y adquieres una dimensión mayor.

Cuando hablamos de verosimilitud no siempre hablamos de realismo a ultranza, sino de que resulte creíble lo que contamos dentro del marco en el que lo contamos. En un cuento mío, Diminutas sabanitas voladoras, jugué con el elemento fantástico pero medido, es decir que el hecho extraño no se explica por su origen sino por su funcionamiento, adquiere una lógica interna en función del carácter del propio personaje narrador. Todo lo demás es creíble desde que aceptamos la primera premisa: que en el cuarto de ese escritor alcohólico y triste, habitan tres el cabecero de la cama, unos diminutos seres a los que él identifica como minúsculas sabanitas que flotan en el aire y tienen su propia personalidad.

En resumen, que la credibilidad del relato depende, en buena medida, de la habilidad que tengamos para implicar al lector, sin dar por descontada una fe automática, pero sin caer en la preocupación constante por cumplir una verosimilitud más que dudosa, ya que al fin y al cabo, estamos escribiendo ficción.

Por Carlos Salem

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