Cabe preguntarse por qué hemos contrastado al detective con el vaquero o con el súper héroe y no con otros modelos de detectives, anteriores o casi simultáneos en su nacimiento. Me refiero al detective científico y al detective “duro” al estilo Mike Hammer.
La comparación en profundidad sería tan extensa que merecería ser objeto de un trabajo exclusivamente destinado a tal fin. Pero sí corresponde apuntar un par de rasgos distintivos. Si bien hay un acuerdo general en admitir que el primer investigador deductivo fue el Auguste Dupin de Edgar Allan Poe en Los crímenes de la calle Morgue, de 1841, nadie cuestiona que el mayor exponente de las virtudes y defectos de este detective lo encontramos en el Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle.
Situado también en los límites del sistema (más por su conducta excéntrica que por sus orígenes o sus medios económicos); Holmes llega a la verdad, y a menudo a la justicia, desde la observación, con actitud de científico; mientras que el detective chandleriano se vale más de la astucia y de un conocimiento próximo de la naturaleza humana.
Ambos tienen noción de los mecanismos que gobiernan los bajos fondos, pero el detective de Baker Street tiene que disfrazarse para moverse por esos ambientes. Philip Marlowe no.
Los dos coinciden en suplir las carencias o la falta de flexibilidad de las fuerzas policiales de sus respectivos entornos, pero el detective holmesiano es a menudo consultado por la policía representada por el simplón de Lestrade, mientras que el chandleriano suele ser golpeado por la policía.
La propia interpretación de la sociedad en que viven es diferente: Holmes, aunque deplore ciertos usos, asume esos valores. Marlowe, sin llegar a cuestionar todo el sistema, sí es crítico con los encargados de hacerlo funcionar.
El cinismo de uno se basa en la actitud de quien mira todo desde el microscopio, es decir desde arriba. El cinismo del otro suele ocultar cierta empatía aprendida a fuerza de caminar por los mismos callejones que sus perseguidos y haber pisado los mismos charcos.
Como decía, esta comparación es intencionadamente superficial, pero al menos esboza algunos puntos de similitud y diferencias fundamentales. Sería absurdo negar que, pese a estos y otros matices, Holmes representa el primer caso relevante de investigador individualista, algo que e detective chandleriano heredó a su manera, pese a que al propio Raymond Chandler los detectives de seguidores de Doyle, como Ágatha Christie, le provocaban un franco rechazo por detenerse en el juego de la ocultación de datos, sin atender a los verdaderos dramas de los personajes.
Tipos duros
Con respecto al otro tipo de detective “americano”, representado por Hammer, aunque alcanzó gran popularidad en Estados Unidos, podría decirse que su influencia se limitó al amplio mercado local, sin alcanzar la influencia universal de su “primo” humanista. Porque pese a saber desenvolverse en ambientes violentos, Marlowe no disfruta del poder de la violencia, y aunque en ocasiones tome la justicia en sus manos, nunca es vengativo.
Mike Hammer, creado por Mickey Spillane, debutó en el libro Yo, el jurado, que fue llevado al cine en 1952 y 1982. Protagonizó numerosas novelas, películas, series de radio y televisión, y encarna al “duro” por excelencia: violento, misógino y lleno de ira que no duda en descargar contra los culpables. Es también un icono político de su tiempo; patriota a ultranza y, en coherencia con la época, profundamente anticomunista, apoyó la participación norteamericana en Corea y Vietnam.
Frente a este modelo de “buen americano” cuyos mejores amigos son una Colt 45 llamada «Betsy» y el capitán de homicidios de la policía de Nueva York Pat Chambers, que no cuestiona seriamente los métodos de Hammer, Phiip Marlowe ha vuelto de la guerra con serias dudas sobre el papel de los EE.UU en el mundo, no presta a las armas más atención que la necesaria para desempeñar su trabajo, y mantiene una relación de respeto distante con el policía Violetas M’Gee, similar a la que lo une y lo separa del hombre de la oficina del Fiscal del Distrito, Bernie Ohls.
Hammer se erige en juez y verdugo sin dudas ni profundos remordimientos.
Marlowe es un testigo cansado, que interviene para salvar al individuo, cuando detecta en él un gramo de dignidad en una sociedad de mercado en la que la dignidad es un valor escaso y no cotiza en bolsa.
Tal vez por eso ha sobrevivido, con otros nombres, oficios o cualidades, pero la misma cínica humanidad intacta del que ya ha recibido los golpes más duros pero sabe que siempre pueden caer más.
Sería una injusticia manifiesta olvidar aquí a Sam Spade, el detective de Dashiel Hammett, al que Marlowe le debe parte de su carácter. El protagonista de El Halcón Maltés se despegó primero del molde del investigador típico del hard-boiled, y el propio Chandler reconoció que “Hammett sacó el asesinato del jarrón veneciano y lo echó al callejón. Hammett devolvió el asesinato al tipo de gente que lo comete por algún motivo y no sólo para proporcionar un cadáver a la trama”.
Pero, sin cuestionar el papel fundacional de la búsqueda de Hammett, no somos pocos los que suscribimos la polémica frase según la cuál, “Hammett lo hizo primero pero Chandler lo hizo mejor”. En todo caso ambos realizaron aportes decisivos para convertir en Literatura lo que era sólo entretenimiento.
CARLOS SALEM