Seleccionar página

José Javier Abasolo en Pernmarch

Las nubes solo tienen la ventaja estar por ahí arriba, intangibles y prometiendo lo que no siempre pueden cumplir. En la nube de nubes de Internet llevo buscando esas fotos desde que me enteré de que José Javier Abasolo ya no está. Supongo que la sacamos en 2014 o antes, sé que era en Penmarch, en la Bretaña francesa, en el festival Le Goeland Masqueé, que fue la primera vez que me invitaron y no entiendo por qué no fue la última.

En el Finisterre de Francia, un sitio bello, pero que se puede antojar remoto desde aquí, un puñadito de escritores españoles (nativos y este adoptado) que no paramos de reír como críos.

En las fotos, que aparecerán seguramente cuando ya no sean necesarias, estamos Abasolo, Jerónimo Tristante y yo .Pronto se sumó José Carlos Somoza y cerca, como cuidando a esos niños crecidos pero no maduros, la paciencia de Catherinne y Philiphe Le Ferrand.

Casi no salía en la fotos, porque solía sacarlas y porque se tentaba de risa, Belén, la mujer de José Javier, que trataba de ponerse seria y no podía. Éramos como esos niños que se descontrolan cuando salen de excursión y los perdonas aunque sospechas que los cabrones viven siempre de excursión. Belén y José Javier sumaron a nuestras bromas constantes y aquella casa rural francesa (tan meticulosamente cuidada que Jerónimo y yo sospechábamos que los canarios que cantaban bajo nuestra ventana eran de plástico y finalmente lo eran) se convirtió en una casa de las risas.

Recuerdo que me sentí culpable por no hablar con Abasolo de novelas durante esa casi semana que compartimos, porque me hubiera gustado preguntarle muchas, cosas conocer de primera mano su punto de vista de escritor vasco escribiendo en español y con el País Vasco como escenario constante, casi siempre Bilbao, pedirle un par de consejos de escritor sin miedo, porque aunque yo siempre parezca estar de broma, casi siempre estoy asustado y por eso.

No lo hice. Estaba demasiado ocupado haciendo otras cosas, que nos parecían divertidas y urgentes. Cada vez que volvimos a encontrarnos, surgía la risa de recordar esos momentos en la Bretaña francesa y todo lo que quedó por decir y si no se dijo, es que tampoco hacía falta decirlo.

Por fin encontré la foto y a la izquierda, Abasolo sonríe con esa picardía que no le esperaba la primera vez y que mantuvo durante toda una semana, la misma que brotaba cuando coincidíamos en algún festival  de novela negra, aunque no hubiera tiempo para hacer nuevas travesuras de críos divertidos a la orilla del mar remoto.

Sonrisa parecida pero distinta, a las que me provocaron sus libros cuando un algún momento murmuraba cariñosamente “qué cabrón” ante un pasaje resuelto con la precisión del que no se apresura, ante un giro de la trama que sorprendía sin buscar la sorpresa fácil. Y por oscuro o negro que fuera el panorama del libro, veía  brillando al fondo del callejón esa sonrisa bonachona y verdadera, la de quién se ha tomado su tiempo para cumplir sus sueños,los fue amasando poco a poco y llegó a darle forma a unos cuantos, como la serie de Goiko con sus cuatro ases: (Pájaros sin alas (2010),La luz muerta (2012), La última batalla (2013) y Demasiado ruido (2016), todas publicadas por Erein.

Entre el inaugural Lejos de aquel instante, de 1997 y su último libro, El país equivocado, publicado semanas antes de su muerte a los 65 años, cabe casi una veintena de novelas en las que el género negro predominó como lo hacía Bilbao en cuanto telón de fondo o protagonista encubierto. Alguien lo ha despedido como “El padrino bueno de la novela negra escrita en español en Euskadi”, y seguramente no se equivocó. Siempre se lo calificó como un escritor negro clásico, apegado a los recursos de la novela negra contada desde el marco realista. Un observador crítico de la realidad social española en general y vasca en particular.

Y así fue.

Aunque me encantó comprobar que dejaba asomar al compañero de travesuras en la maravillosa y delirante El juramento de Whitechapel (2019), una novela en la que Sabino Arana iba tras la pista de Jack el Destripador.

[Hallada la foto que buscaba y otras más, compruebo que no las necesitaba más que como ilustración insuficiente de este artículo que tampoco aporta demasiado a la imagen de un hombre que ya no está y del que no conocí mucho más que su sonrisa y sus libros.

Nada más. Nada menos.

Los libros siguen y seguirán naciendo casa vez que alguien los abra o los convoque a una pantalla.

La sonrisa andará por las nubes de verdad, tan grande que nace en Bilbao y llega hasta el finisterre galo.

 

Carlos Salem

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies