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El asesino siniestro

Carlos Ortuño Sereix

 El inspector Duran volvía a casa tras la fiesta de su jubilación. Barcelona brillaba de glamour. Él se sentía opaco. La admiración de sus compañeros y la enumeración de sus logros por parte del ministro, no ocultaban su fracaso. Dejaba la policía sin atrapar  al que la prensa llamaba “el asesino siniestro”, que cercenaba el brazo de derecho de sus víctimas, antes de matarlas.. En los últimos dos años, ocho cadáveres mancos atestiguaban el fracaso de Durán, que estuvo a punto de pillarlo varias veces. Con su jubilación, el criminal ganaba la partida.

Vió la nota manuscrita al dejar las llaves en el aparador de la entrada:

«Feliz jubilación. Vigila tu brazo»

Sacó el arma  y recorrió la casa.

—¿ Dónde estás cabrón?

No lo encontró en su estudio. Tampoco en su cuarto. La luz de la cocina estaba encendida. Entró de un salto con el arma preparada. Un fuerte golpe en la cabeza lo arrojó contra la encimera, derribando ollas y sartenes. Cayó al suelo y soltó la pistola.  Miró hacia arriba y lo vio. Sonreía empuñando un hacha.

—Quiero tu brazo —dijo.

Forcejearon. Durán palpó a ciegas el mango de una sartén. Lo golpeó en la sien  y el asesino perdió el conocimiento. Extendió su brazo derecho, le quitó el hacha y la dejó caer con todas sus fuerzas . Un grito estremecedor. Un dolor insoportable. Abrió los ojos y vio su propio brazo amputado. Se arrastró hacia la puerta. Junto al aparador vio la nota arrugada. La extendió con la mano  izquierda y reconoció su propia letra de zurdo. Oyó  golpes en la puerta y sirenas de policía. Perdió el conocimiento. Mientras tanto, en el sótano de su casa, ocho brazos se mantenían intactos en un congelador.

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