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Por José María Brull

 

 

 

Una vez hemos analizado en el anterior artículo de forma breve de dónde viene este género, lo siguiente podría ser plantearnos la “pregunta del millón”:

¿Qué es una novela negra?

Partiendo del hecho de que las líneas que separan unos géneros de otros son bien delgadas (y discontinuas, añadiría) y de que son aún más delgadas las que separan distintos subgéneros dentro de cada uno de ellos, creo que todos estaremos de acuerdo en que lo que se ha dado en llamar “novela negra” debe tener, al menos: una trama consistente en un enigma a resolver (relacionado con un delito que se ha cometido o se va a cometer), un personaje protagonista encargado de resolverlo (que puede ser un equipo formado por varias personas) y (lo que hace que pasemos de la denominación “novela policiaca” a “novela negra”) una cierta crítica al sistema existente (a la corrupción, a los políticos, en definitiva , al statu quo).

Además (aunque esto no son características específicas de la novela negra), se agradecerá que el autor cuide la ambientación de la novela, que el estilo sea el adecuado (a la ambientación y a los personajes), se mantenga un buen ritmo (normalmente irá in crescendo) y que el final sea redondo, dejando todo lo que se ha planteado a lo largo de la novela más o menos explicado (sin menospreciar la inteligencia del lector, pero teniendo en cuenta que no nos suele gustar que queden cabos sueltos) y, a poder ser, con una cierta dosis de sorpresa.

Me voy a detener a continuación con algo más de detalle en cada una de estas características.

TRAMA

Uno de los puntos más importantes en una obra literaria de cualquier género es que haya una trama (con su planteamiento, su nudo y su desenlace) que atrape al lector. Ni que decir tiene que en la novela negra es absolutamente esencial por su propia definición, ya que el género tiene como punto de partida la resolución de un delito (generalmente un robo o un asesinato), con lo cual la trama ya está planteada. Eso sí, si en sus inicios la novela policíaca era esencialmente una “novela enigma”, en la que el autor iba dejando caer a lo largo de la narración una serie de pistas que solamente los más sagaces lectores conseguían desentrañar (además de, por supuesto, el magistral detective o policía: el Dupin de Poe, el Sherlock Holmes de Conan Doyle, el Poirot de Agatha Christie, el Maigret de Georges Simenon, el Sam Spade de Dashiell Hammet o el Philip Marlowe de Raymond Chandler), en la actualidad muchas veces se sabe desde el principio quién es el “malo” (cuando no es el “malo” directamente el que nos cuenta la historia –como en las novelas de Paco Gómez Escribano o de Carlos Pérez Merinero-) y lo importante ya no es tanto “¿quién ha sido?” o “¿qué ha pasado?”, sino “¿por qué ha pasado?” y “¿por qué ha sido él, qué hay detrás de ese desenlace?”, es decir, lo más importante en la novela negra actual no es tanto descubrir al culpable, sino cómo se llega a ese culpable, qué cosas se descubren mientras se llega al culpable y por qué el culpable ha llegado a ese punto.

Dicho esto, necesitamos una trama que suponga el eje vertebral de la novela, alrededor de la cual construir el resto de las intrahistorias que el autor quiere contar. Y esa trama debe ser consistente, sin fisuras, que los lectores de novela negra somos muy sagaces y detectamos enseguida las incongruencias.

PROTAGONISTAS (principales y secundarios)

La novela negra, cada vez más, es una novela de personajes, incluso por encima de la trama. Un personaje (unos personajes) bien construido puede dar consistencia a una trama floja. En cambio, una trama excelente puede venirse abajo si los personajes no están a la altura. Existe actualmente una tendencia a no dejar caer todo el peso de la novela en un solo protagonista, como ha ocurrido tradicionalmente en el género (podría poner infinidad de ejemplos, siendo en algunas ocasiones más conocido el detective que el autor, de hecho algunos de ellos han sido llevados, con más o menos acierto, al cine o a la televisión: la Petra Delicado de Alicia Giménez Bartlett, el Bellón de Julián Ibáñez, el Belascoarán Shayne de Paco Ignacio Taibo II, el Pepe Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán, el Leo Caldas de Domingo Villar, el Eladio Monroy de Alexis Ravelo o el Trevejo de Luis Roso) o como mucho dos coprotagonistas (bien con un detective y un narrador, como Plinio y don Lotario -nuestros Sherlock Holmes y Watson de Tomelloso-, de Francisco García Pavón o bien con una pareja de investigadores, como Bevilaqua y Chamorro, de Lorenzo Silva). En la actualidad empezamos a ver equipos de varios detectives o policías (como la Brigada de los Apóstoles de Carlos Salem, la Brigada Adamsberg de Fred Vargas o la Brigada de Anne Capestan de Sophie Henaff), que realizan un trabajo coral en el que cada uno de los miembros del equipo tiene un rol muy específico y una personalidad muy definida. Este tipo de equipos suelen dar mucho juego al autor para desarrollar las relaciones entre ellos, en las que el humor (y, en ocasiones, el amor o la ternura) suelen estar siempre presentes.

La novela negra ha sido siempre una novela de sagas, de series, en las que un autor escribe varios libros protagonizados siempre por un mismo personaje, de modo que autor y protagonista quedan automáticamente ligados en nuestro subconsciente (hasta el punto de dudar en ocasiones quién es el escritor y quién el personaje). Este protagonista suele ser alguien del lado de la ley (policía ó detective privado), aunque no necesariamente obedecerá ciegamente las normas (de hecho por un motivo u otro habitualmente se encuentra en el límite de la legalidad), y se caracterizará por su carácter atormentado y problemático, aunque bajo él subyace su bondad y su humanidad, lo cual favorece la identificación con el lector. Otra característica que se suele dar es que este protagonista suele ser una persona culta (al menos en comparación con quienes se mueven a su alrededor) y aparecen a menudo referencias literarias (Alexis Ravelo), cinematográficas (Martín Casariego), musicales (Carlos Zanón) o gastronómicas (Manuel Vázquez Montalbán, José Francisco Alonso).

 

(Continuará)

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