Seleccionar página

Curso de narrativa. Clase 20

ÍNDICE DE CONTENIDOS DEL CURSO COMPLETO

 

CLASE 20: EL DIÁLOGO

DIÁLOGO deriva del griego diálogos, conversación. Desde el punto de vista histórico, es la base del género teatral, pero empleado en ficción narrativa sirve  para  limitar la presencia del narrador y potenciar la presencia del personaje.

Es el intercambio discursivo entre dos o más personajes que alternan el papel de emisor y receptor, emitiendo mensajes. Exige la réplica de un interlocutor, incluso cuando no leemos lo que ese interlocutor dice. (Conversación telefónica, monólogo, cintas de audio, etc)

Es la forma narrativa en la que lo que se dice y la duración temporal de lo que se dice coinciden casi siempre.

No es una imitación literal del lenguaje coloquial, sino una elaboración del mismo, para ofrecer datos, que hacen avanzar la historia.

Se puede y a menudo se debe combinar con la narración y la descripción.

El diálogo es una estructura formada por:

1) Parlamentos: reflejan las palabras de los personajes que pueden ser dos o más.

2) Incisos: las aclaraciones del narrador. Se colocan a continuación de un guión largo y sitúan a los personajes, indican sus reacciones y sentimientos. También describen una acción que acompaña la palabra, o para marcan un gesto o una acción mientras hablan.

Ejemplo:

Parecía un caradura, pero me inspiraba confianza. Seguro que él sabría que hacer si estuviera en mi lugar. Hablaba distraído, atento a los rumores que llegaban como olas desde las salas de televisión.

—Está triste —me dijo.

—Desde hace veinte años.

—Una mujer, seguro. Siempre hay una mujer.

Se quedó colgado de un recuerdo lejano. De pronto empezó a sollozar.

—¿Qué mira ? —Me gritó—. ¿A usted nunca lo dejó una mujer?

Pensé en mis años con Dorita.

—Tiene razón, nunca me dejó.

—¿Nunca lo dejó ninguna?

—Nunca me dejó hacer nada —contesté.

(Camino de ida)

 Diez razones para aprender a escribir diálogos

1) El diálogo es una de las más potentes herramientas con que cuenta el narrador. Pero como toda herramienta, su eficacia depende del uso.

2)  Escribir diálogos es poner al lector en contacto con lo que define al hombre: su voz. Si hacemos hablar a un personaje de una forma determinada, provocamos en el lector la representación de una determinada forma de ser.

3) A menudo, un diálogo bien realizado nos ahorra incluso la descripción del personaje.

4) El diálogo no es un relleno dentro del texto, sino un recurso para enriquecerlo, ya que utilizándolo hacemos que los personajes expresen lo que no podrían expresar mediante otra técnica.

5) Cuando se escribe bien, el diálogo es una de las formas narrativas más creíbles porque en apariencia no hay intermediario entre el lector y el discurso de los personajes. Convierte al que lee en un “espía privilegiado”, ya que escucha en directo la voz de los personajes y es testigo de la conversación sin que ellos lo sepan.

6) Ofrece datos del entorno y de los otros personajes sin necesidad de explicaciones que ralenticen la historia.

7) Aparentemente el narrador desaparece y deja que los personajes hablen por su cuenta, sin interferencias.

8) En el relato corto, ayuda a definir al personaje. En la narración larga, dinamiza el texto y contribuye a definir el ritmo.

9) Todos recordamos diálogos memorables de películas. Aunque el soporte sea diferente, la emoción generada en el lector debe ser similar.

  • Escribir buenos diálogos no es fácil, pero si lo conseguimos, resulta más sencillo meter al lector en la historia, hacerla creíble, por fantástica o descabellada que sea.

CUALIDADES DEL DIÁLOGO

Intencionalidad: Todo lo que dicen los personajes tiene una intención narrativa por nuestra parte.

Exactitud:  No debemos agregar palabras innecesarias  y evitar los lugares comunes, salvo que sean una seña distintiva del personaje.

Naturalidad  Debe sonar natural para resultar creíble.

Ritmo: El diálogo ha de tener un ritmo propio, adecuado a la situación narrada y al mensaje de los personajes.

Coherencia:  No todo se reduce a signos de exclamación o interrogación, lo que se dice y cómo se dice ha de tener coherencia interna con la trama, el carácter del personaje y sus signos distintivos (educación, costumbres ,etc)

Sugestión  Durante el intercambio de frases  entre los interlocutores, el diálogo puede y a menudo debe generar una incógnita, dar al lector la sensación de que “escuchando” a esos personajes sabrá más sobre lo que ocurre y lo que puede ocurrir.

Equilibrio Lo que dice un personaje cambia o se modifica en relación con lo que dice el otro. Hay una interdependencia entre ambos, que puede revelarnos sentimientos y hasta motivos ocultos. Imaginemos un diálogo de la realidad, en el que ni A ni B son meros replicantes.

El equilibrio entre ambos personajes no depende tanto de la extensión de sus parlamentos como de la intensidad y lo que provocan en el otro.

CLASES DE DIÁLOGO

Discurso directo

Reproduce literalmente las palabras de los personajes. Por lo general van precedidas del guión de diálogo e introducidas por verbos dicendi. Pueden ir o no acompañadas de incisos del narrador.

Verbos dicendi: afirmar, admitir, asegurar, aseverar, comentar, comunicar, confirmar, contar, decir, declarar, enfatizar, escribir, explicar, indicar, manifestar, precisar, puntualizar, querer decir, recalcar, reconocer, responder, subrayar, señalar, etc.

Ejemplo:

Saco la medalla del bolsillo y la arrojo sobre la mesa.

—No se la pedí, pero quería devolvérsela en persona.

Me pongo de pie y dejo unos billetes para cubrir lo consumido. Busco en mi bolsillo monedas para la propina, pero todas las que encuentro tienen su cara. Apoyo las manos sobre la mesa y me acerco:

—Vuelva a su palacio y su corte. Los sultanes de ahora viajan en jet y con guardaespaldas. Aquí fuera puede correr peligro. Y si quiere pasar inadvertido, le aconsejo que cambie de indumentaria ¿A quién le robó esa ropa, a su ex yerno?

Él también se pone de pie y se embute con dignidad en una cazadora de esquiador a la que le falta sólo un color para completar el arco iris.

—Vuelva —le insisto al oído—. Hay gente rara preguntando por usted. 

—¿Más rara que tú? —contesta todavía enfadado, pero luego sonríe— Lo siento, Txema. No sé por qué, pero te he ofendido y es lo último que quería hacer. Además, ya no vivo en un palacio, sino en la Pensäo Regina, aquí a la vuelta. No es muy limpia y el jubilado italiano de la habitación de al lado dice que puede que haya chinches. Pensäo Regina.  ¿Tiene gracia, no?

—Ninguna. Así se llamaba una amiga mía que tal vez murió por su causa. Y no se preocupe por las chinches: no creo que les guste la sangre azul. Es demasiado espesa y aburrida.

(Pero sigo siendo el rey)

También existe el discurso directo sin incisos ni guiones de parlamento:

Al despertar, lo vio mirando por la ventana, desnudo, y apreció el paso del tiempo en su cuerpo, dibujando lo que entonces era un boceto. Volvió al libro, para no pensar.

Él recorrió su espalda con un dedo, después con la lengua, después con toda la piel.

Ella se abrió sin dejar de leer, siempre la misma frase.

Él entró y leyó en voz alta mientras se movía al ritmo de la lluvia lenta en la ventana y el domingo. Moviéndose apenas, él preguntó si lo esperaba, porque leía el mismo libro que en el instituto, cuando todo empezó.

Ella dijo que todos los domingos leía ese libro, mientras lo esperaba.

Él siguió, sin dejar de leer la frase, los dos a dúo, en voz alta partida de gemidos.

Ella gritó de cuyo nombre no quiero acordarme mientras aceleraba el ritmo y él se derramó repitiendo de lanza astillero.

Después fumaron, como estaban, ella sin verle la cara, él ya rocín flaco, dijo buscando la broma.

Ella le dijo que había sido galgo corredor y que cuánto hacía que no.

Él le recordó que había otras cosas más importantes que el placer, como entonces, sólo que ahora iba en serio y estaba en peligro.

«No ha mucho tiempo vivía», dijo ella como un rezo.

Y él agradeció el recuerdo y el cumplido del recuerdo.

Como entonces, dijo.

Entonces hace una década, dijo ella, y ni una carta, ni un mensaje, sólo una espera y este libro, hasta esta tarde.

Me escondo, dijo él.

¿De ellos?, preguntó ella.

De todos, dijo él.

He visto tu foto en los diarios, pese a la barba y los años, supe que eras.

Soy, dijo él, más bien fui, lo de la bomba en el colegio fue demasiado, todos están locos y yo sólo quería justicia, como el hidalgo.

Él mataba molinos, nunca niños, dijo ella.

¿Quieres que me marche?, preguntó él.

Quiero que te quedes, respondió ella, saber como acaba el libro, y tal vez, por qué te fuiste hace nueve años sin avisar, sin preguntar, sólo esa frase, «nos vemos el domingo».

(No quiero acordarme, de Yo también puedo escribir una jodida historia de amor.)

 Discurso indirecto

El narrador reproduce con sus palabras lo que los personajes dicen o han dicho. No lleva guión de diálogo y puede resultar más ágil, pero se repite a menudo la conjunción “que”, pero se puede evitar, acudiendo a ritmos y recursos que se repitan intencionadamente.

Asomó de nuevo, deslumbrante con un vestido negro sin hombros y escote generoso. Cada curva marcada y enmarcada por el vestido, la piel contrastaba con la negrura de la seda y resultaba más suave a la vista. Costaba imaginarla a medianoche en un barrio bajo de Río. Se quedó en el centro de la luz, cada gesto iluminado por oscuros recuerdos. Y habló de su encuentro con una pandilla, y de una navaja en el cuello y de cómo tomó la iniciativa desnudándose en una obra en construcción, pidiendo que tiraran la navaja porque no era necesaria. Y del desconcierto de casi todos, jóvenes y famélicos como gatos, como gatos malos, dijo, a excepción de un gordo con cara de psicópata que cuando ya los otros se habían desnudado recogió la navaja y  amenazó a los demás. Y habló de la pelea y la navaja volando y un ladrillo rebotando tres cuatro veces en la cabeza del gordo que cayó fulminado y el furor de los otros, no sabía cuántos, que se tiraron encima de ella en un montón de arena, y de cómo tradujo la rabia en otra cosa, colaborando porque al fin y al cabo le gustaba y se divertía pensando que no le pasaba a ella sino a mi Lidia timorata de siempre. Habló de la botella de aguardiente y los porros y la sucesión interminable de tipos flacos que igual habían ido a buscar unos amigos, pero tampoco importaba porque era de noche y algunos cantaban y otros un fuego innecesario en pleno verano y su cabeza tocando algo y era el gordo caído y seguramente muerto y testigo de cómo los otros, todos los otros que de a uno de a dos o de a tres pero sin rabia dentro de ella y cómo bajo el agua tibia y el aguardiente y por fin desmayarse con la cara contra la arena y uno de ellos encimadentro cantando algo dulce y triste a la vez. Y contó cómo despertó de día y ellos ya no estaban y sí estaba su cartera casi vacía, apenas para el taxi pero era un detalle, su vestido tendido como manta para cubrirla y volvió a dormirse pero no, porque un peso monstruoso, el gordo con la cabeza ensangrentada  separándole las piernas todo el dolor de la noche demencial y  no podía ser, no tenía que ser porque era de día pero el gordo golpe bestial en la cara y peso que abre y fuego asqueroso dentro de ella que no podía permitirlo porque ya era de día y enterrar las manos en la arena y cortarse con la navaja abierta y pedir por favor, mentir que ese noche volvía y otro golpe y más asco quemante dentro y la mano clavando la navaja en el costado del gordo que seguía y seguía sin darse cuenta y seguía hasta acabar en dos agonías. Y Lidia, con la voz tranquilamente quebrada,  habló de cómo llegó sonámbula al hotel, durmió todo el viernes y el sábado y cuando dieron las once de la noche, se puso un vestido corto sin nada abajo y salió otra vez a la calle y la noche de Río, a buscar.

(Un jamón calibre 45)

 Discurso libre

El estilo libre consiste en incorporar el diálogo a la narración eliminando los verbos dicendi y la raya de diálogo. Guarda mucha relación con el  indirecto, pero la intervención de los personajes interrumpe la narración. Se distingue entre narrador y diálogo por el contexto y por los cambios verbales.

Recurso intermedio  entre el estilo directo y el indirecto.

  1. Encuadernar

Cortázar, desde luego, pero ¿y Calvino, acaso no se puede imaginar sin laberintos? Ya, Calvino, sí, pero para eso Vargas Llosa, antes de tanto premio, te dejaré un libro de cuentos, cuando me traigas el Borges que dices. Oye, que no sé, acabo de conocerte y tanto Cortázar habla de irresponsabilidad, los cronopios, todo eso. Ay, mujer, si a vosotras os seducen los Julios como Julio, el poeta, el loco niño eterno. Puede, ¿pero hablamos de literatura, o qué? O qué. Este es mi portal, gracias. Ya me advirtió Paloma de que eras un peligro, tú. ¿Yo?, sólo un admirador de la fantasía literaria y las mujeres fantásticas, por eso. Lo dicho: peligroso y atrevido. ¿Como un corsario de Salgari o un aventurero de London? Como un detective insolente de Chandler… ¡No me digas que te gusta Chandler, y yo llevo dos horas viéndote balancear las piernas sobre la mesa del despacho de Marlowe! Adulador. Como me digas que tu novela preferida es… ¡El largo adiós, desde luego!… No me quedará más remedio que invitarte a un café, mi pobre Philip.

(En mitad de una polémica sobre Céline o Bukowski, van a zambullirse en un lecho de libros para dejar de ser críticos y comenzar a sentirse protagonistas.)

(De Yo también puedo escribir una jodida historia de amor)

Otra forma muy utilizada es el monólogo, en el cuál las réplicas del otro personaje se omiten o se incorporan mediante comentarios del narrador:

Un cigarrillo, sí, por favor, ya sé que no me habías visto fumar, y gracias por decir que me queda bien el cigarrillo, no te creo pero gracias. Por el cumplido de ahora y por el calor de hace un rato. No estés nervioso, por favor, no es necesario, somos adultos y todo eso, y una, a punto de celebrar el cuarto de siglo, ya sabe de estas cosas. Siempre supe, antes de saber, mi madre decía que era una niña rara y jamás perdonó a papá que me registrara con el nombre de Manuela mientras ella estaba convaleciente. Sí, tápate, si tienes frío, aunque me temo que tu frío no tiene que ver con el clima de la noche, sino con el sudor que nos cubre, y por mezclado, por la mitad ajena, nos hace sentir más desnudos todavía. Qué extraño, amor, que nos miremos como extraños entre el humo, cuando hace cinco minutos, diez acaso, antes de que fueras hacia el baño y te espiara caminar desnudo pero raramente erguido, pendiente la espalda de mi evaluación, antes de todo eso nos reconocimos hasta el fin con voracidad mordida de promesas. No me mires así, por favor, ya sé que soy rara, me miras como mamá me miraba en la niñez antes de sacudir la cabeza resignada y murmurar que la culpa era de mi padre por haberme puesto el nombre de Manuela. Manuela era mi abuela, y la abuela de su abuela, y la abuela de la abuela de su abuela, la primera Manuela, que seguramente no fue la primera, pero sí la que inauguró la leyenda inquietante, allá en Galicia. Decían que era meiga, qué extraño, amor, que de una mujer como ella sólo se conservara el residuo de los rumores de su pasión por la ciencia sin libros, y no su verdadera magia, la de ser capaz de amar hasta la muerte. La suya y la del amado. Todo eso me lo contó papá, mi madre no hablaba de las Manuelas, y a mí, toda la vida me llamó la niña, creo que para evitar convocar sus miedos con el nombre que creía maldito.

(De Qué extraño amor, incluido en Yo tambien…)

 Ejercicios

1) Escribir un relato basado sólo en el diálogo, en el tipo de discurso que prefieras (directo, indirecto, libre, monólogo)

2) Una vez terminado, volver a contar la misma historia, pero usando los otros estilos de discurso.

Por Carlos Salem

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies