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Curso de narrativa. Clase 16

ÍNDICE DE CONTENIDOS DEL CURSO COMPLETO

 

CLASE 16: EL PERSONAJE, REY DEL RELATO

Un personaje no es una persona, incluso cuando nos basemos en ella para construirlo, o tomemos elementos de su carácter para crear un personalidad diferente. De hecho, desde los comienzos de la literatura, sobran los ejemplos de animales u objetos que pueden funcionar como personajes.  Allí están, para demostrarlo, la fábulas de Esopo, o el cuento de Pinocho, de Carlo Collodi, protagonizado por un muñeco de madera.

En resumen, que un personaje no siempre es una persona, pero siempre tiene personalidad, o al menos conciencia de lo que hace. Porque un personaje HACE, realiza acciones que logran mover la historia. Hace y SABE que lo hace.

Nosotros convertimos a esa entidad en personaje, al darle la posibilidad de  realizar determinadas acciones de modo consciente. Una bala en la recámara de un arma, aunque tenga un papel decisivo en la historia que contamos, no es un personaje, salvo que la dotemos de cierto grado de conciencia. Si la bala piensa en su función, o la ignora pero se pregunta por ella, ya es un personaje.

Cuando tomamos un objeto inanimado y lo transformamos en personaje, lo sometemos a un proceso de humanización, en mayor o menor grado, al darle ciertos rasgos y hasta rasgos de una psicología propia. Podemos estar escribiendo sobre una bala que no sabe pera qué sirve pero se interroga sobre ello y traza teorías  de todo tipo, a partir de su origen y esa memoria que le hemos dado; o de una bala que espera el momento de su gran vuelo, su misión, con la mentalidad de un kamikaze o delirios heroicos.  También podemos hablar de una bala que conoce los materiales que la forman, todo su proceso, y lamente que esa tecnología que le ha dedo vida sirva para matar… Las variaciones pueden ser infinitas, pero siempre dependerán de los que el autor quiera que el personaje haga.

En el relato breve, por la propia definición del género, la profundidad psicológica del personaje se limita a lo que guarda relación con lo que le ocurrirá o él hará que le ocurra. No necesitamos trazar TODO un cuadro de las ramificaciones psicológicas de un personaje para contar una historia corta, sino mostrar -directa o indirectamente- aquellas que tienen que ver con el relato.

 No existe una regla fija para la creación  de personajes, pero en la mayoría de los casos conviene saber primero qué acciones desarrollará en la historia y qué importancia tiene dentro de ella.

 Lo siguiente es tener en cuenta  sus  relaciones con los otros personajes, y la influencia mutua entre todos. Es le momento de ir “puliendo” el carácter del personaje y tal vez limitar algunos rasgos  que dábamos por fijos al comienzo, peor que se flexibilizarán al interactuar con los demás.

Ya es hora de darle nombre y definir qué grado de importancia tendrá en la historia. A menudo centramos en el protagonista todo el peso de la acción, cuando puede ser más útil repartir esa carga con secundarios, siempre que no le quiten verosimilitud a lo narrado.

La profundidad de un personaje está relacionada con el tipo de historia que contemos. En un relato basado fundamentalmente en las acciones, es en ellas donde se evidencia la personalidad de los personajes. Un relato que profundice aspectos psicológicos demandará personajes más profundos y reflexivos. El equilibrio depende de nosotros y de cómo queremos contar la historia.

No todos los personajes deben tener un nombre, ni siquiera es imprescindible que el personaje principal lo tenga un nombre; pero sí debemos encontrar la manera de denominarlos para que el lector los identifique.  Desde el oficio o las características físicas (El policía, el hombre calvo, el ama de casa, etc.), hasta ciertos rasgos de carácter personal o social (el iracundo, le ejecutiva, etc.)  sirven para nombrar al personaje, incluso sin ponerle un nombre.

En tercera persona, para no reiterar, solemos llamar al personaje por su nombre y también por su oficio y otros rasgos, pero conviene no abusar de esas variaciones: con dos o tres, reconocibles por el lector, podemos contar no un relato, sino una novela de 400 páginas.

Necesitamos que el personaje quede fijado en el lector, por lo que no suelen usarse nombres demasiado comunes, salvo que el nombre en sí complemente la identificación. En mi novela “Matar y guardar la ropa”, el protagonista, que en apariencia es un hombre anodino y nada llamativo (aunque en su doble vida era un brillante asesino a sueldo), se llama Juan Pérez Pérez, y el propio nombre indica esa vocación aparentemente gris del personaje.

Por lo general, se buscan nombres que queden fijados por su condición de poco usuales, como  hace García Márquez en Cien años de soledad: José Arcadio, Aureliano, Úrsula. La sonoridad de los nombres se ve completada con un apellido difícil de olvidar: Buendía.

Cuando inventamos un personaje para usarlo en un relato, no tenemos que develarlo por completo. El lector no necesita saberlo TODO de él sino lo necesario para centrarse en lo que hará durante el relato. Pero no está demás que nosotros, como autores, sí profundicemos un poco más, especulando sobre rasgos del personaje que no mostraremos pero que ESTÁN debajo de los que sí mostramos.

El autor siempre sabe más que el narrador, incluso cuando en el cuento son en apariencia la misma persona. Ese plus de conocimiento nos permite sintetizar y decidir qué mostramos y qué queda bajo la superficie del cuento.

Por Carlos Salem

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