Seleccionar página

LA HORA JUSTA

Nos gusta celebrar nuestro aniversario aunque hayamos muerto aquí. Seguimos siendo presencia. Me pongo los tacones y él se queja haciendo crujir el parqué. Escucho el lavavajillas y ahí está el gluglú que hacía al lavarse de los dientes. Procuro no rayar la encimera al cortar el pavo; es como desgarrar su espalda. En cuanto al retrete, pasapalabra. Porque él es la casa y yo soy el alma que la habita. Nunca fuimos muy compatibles, la verdad. Antes de acostarme, beso la pared del dormitorio y ocupo mi rincón en la cama. Cierro los ojos. Espero que el malo no me descubra. Por más que el asesino que nos dio cuchillo regresa siempre esta noche, la del aniversario. El amigo que vino a esta casa invitado y luego nos rajó la garganta, entra por la ventana y se duerme a mi lado. El fetichismo es lo que tiene, ya se sabe. Y se acuesta como si nada en su rinconcito de asesino descarado. Ni respiro, no sea que se dé cuenta de que soy un fantasma. Mi esposo no mueve ni el batiente de las ventanas. Y cuando al día siguiente marcha, corro como una niña a ver los regalos de aniversario. Aunque cada año me encuentro mi cuerpo nada más bajar las escaleras, lleno de sangre y cortes feos. Qué le vamos a hacer. A veces llego con diez minutos de retraso y no está. Hay que ser puntual si una quiere verse de carne y hueso, despegarse de las sábanas a la hora justa. Y de no ser por los bailes que luego me marco en el salón mientras mi marido hace silbar la tetera, diría que para mí que estás fechas son una soberana mierda.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies