Llevo décadas rezongando como un viejo prematuro (cuando todavía no lo era), contra la comercial manía adjudicar como valor positivo a cualquier obra o autor ser “del momento”, cuando en realidad todas y todos nosotros buscamos perdurar y eso se sabe.
Me satura, por no decir otras cosas peores y poco apropiadas para una persona de mi probada educación, escuchar constantemente en radio,tele no veo, de las redes no me escapo, que fulanita o menganito son la autora o el autor del momento, del libro del momento.
Si aplicamos esto a un género que hasta antes de ayer solamente era mirado por encima del hombro y que últimamente a causa de cierto repunte de ventas (que nunca se sabe cuánto se va a mantener) se ha puesto de moda, lo “del momento” resulta especialmente insultante, casi diría yo atenuante en caso de asesinato.
Por eso, para que no nos quedemos solo con los efímeros momentos mezclaré por aquí firmas actuales y con libro calentito, con un otras que quizás cueste un poco más encontrar pero que merece la alegría buscar, leer y aprender de ellas. Como en el caso de Marc Behm.
Se llega casi siempre tarde a los lugares, a la gente y a los autores más interesantes. Es un sino, o acaso el impuesto revolucionario del despiste del que uno juega sentirse orgulloso durante años, hasta que pones un pie del lado malo de los 40 y comprendes que no es así: que has sido bastante gilipollas. Y que nunca es tarde.
He llegado a Marc Behm casi por casualidad, hace diez años, en la Semana Negra de Gijón. Y todo empezó con el excelente libro de cuentos Aullido, editado por la SN para regalar a los asistentes que optaran por la literatura y no sólo por las casetas de feria.
Fue una revelación nada religiosa, pero una revelación al fin.
Cuando creía que ya lo había leído todo en audacia narrativa sin experimentaciones vanas, viene un muerto y me da una bofetada de letras en pleno morro. Porque eso fue el primer viaje al mundo Behm, casi un aperitivo. El verdadero primer y definitivo viaje fue La mirada del observador, se repitió en el segundo, La reina de la noche, y remató la faena con La doncella de hielo.
Un armario lleno de originales
Quienes lo conocieron (murió en 2007), hablan de un tipo que estaba pensando todo el tiempo en otra cosa. Y según refirió Paco Ignacio Taibo II, cuando se entrevistó con él para pedirle material para el libro de la Semana Negra, asintio, abrió un armario y comenzó a sacar de él originales y más originales, hasta que halló el referido Aullido, y le dijo algo así como “Mira si esto te sirve”.
Nacido en EE.UU, se perfiló como un buen comediante en dupla con Ernie Kovacs, también natural de Trenton. Nunca sabremos cómo hubiera seguido su carrera cómica, porque fue interrumpida, como tantas, por la tragedia de la II Guerra Mundial. Si los cálculos no me fallan, no había cumplido los 20 años cuando participó en el desembarco de Normandía. En Francia se enamoro de una enfermera, colgó los chistes de vodevil y tuvo siete hijos, lo cual es cosa seria.
Con semejante prole, la vocación literaria pura que traería en el macuto de soldado tuvo que dejar paso a algo que no se le dio nada mal: el oficio de guionista de cine y televisión. Llegó a alcanzar renombre en el mundillo y despuntar el vicio por los escenarios con alguna participación como actor para la tele francesa. Pero fue en los guiones donde halló un modo de mantener a su familia numerosa y también el gusanillo de contar historias. Escribió el argumento de filmes memorables como Charada De Stanley Donen (1963), o la recordada Help! De Los Beatles.
Tuvo que esperar a los 52 años para publicar su primera novela, pero fue su segunda obra, La mirada del Observador (1980), la que le valió un lugar destacado en el género, especialmente en Francia, donde es autor se culto y se han publicado otras novelas que en español (por desgracia) seguiremos sin poder leer.Como hombre vinculado al cine, pero sobre todo por la potencia de sus historias, era lógico que acabara adaptado a la gran pantalla. La mirada… nació como un guión que no llegó a filmarse y encontró su destino de novela, aunque luego tendría dos versiones en celuloide: una de Claude Miller en 1983, con Isabelle Adjani y otra de 1999, dirigida por Stephan Elliott, con Ewan McGregor.
La mirada
¿Cuál es el secreto de Bhem?
Dinamita pura, las frases precisas y ni una pizca de ese complejo de trascendencia que acecha a todo escritor. Sólo las obsesiones de un narrador como no abundan (más bien todo lo contrario), expuestas de un modo que ni siquiera parece calculado, sólo la fuerza narrativa,la acidez de una vida triste pero plena, y la convicción de que la existencia,efectivamente, es una mierda, pero una mierda que puede brillar.
Todo el mundo (todo el mundo que sabe más que uno de novela negra), declara que La mirada del observador es la mejor de las tres novelas de Behm publicadas en español.
Y ese mundo tiene razón. Pero alguien que es capaz de atraparme con la historia de una jovencita que se ve metida en la génesis del nazismo por puro instinto de superviviencia y llega a se
r parte del régimen y alterna con su podrida cúpula (La reina de la noche), ese alguien, tiene que ser muy bueno para que no lo deje a la tercera página, para que exprima el libro y frene en las últimas 20, por miedo a que se acabe.
Y cuando repite hazaña con La doncella de Hielo, historia de vampiros modernos (y uno suele odiar las historias de vampiros), entonces uno para, reflexiona y se pregunta cómo ha hecho el cabrón para engancharte así.
La respuesta es fácil: ha escrito lo que quería, como quería y por que quería.
Y lo ha escrito muy bien.
Cada novela, además,es un tour de force que el autor se plantea a si mismo, una prueba que supera. Porque en La mirada…, lo mismo que sostiene la historia (la obsesión de ese detective asalariado y al filo de la locura con su hija perdida, y la transferencia con una joven asesina múltiple a la que sigue durante años para proteger y ver desde lejos), podría hundirla, volverla reiterativa y hasta banal.
No es así. Behm agota el registro y lo hace de maravillas, logrando que el lector adopte la mirada del protagonista, ese hombre si más señas de identidad que una ausencia.
Y en La Reina… ,otra prueba de fuego. La amoralidad de la protagonista ni siquiera te molesta, la acumulación de coincidencias históricas en las que participa es más una ayuda que un estorbo; y la adaptación de una huérfana a unos tiempos tormentosos ayuda a comprender -en parte y desde la exageración como virtud- un proceso que siempre me intrigó: el del alemán de a pie frente a un ascenso nazi que no ocurrió de la noche a la mañana y fue asimilado poco a poco por millones de personas, por esa masa fácil de amasar si cuentas con los medios y con el poder.
En cuanto a La doncella… ,el reto es compaginar la génesis y evolución de unos personajes que no pueden morir y no saben vivir, con una segunda parte en la que la acción y la intriga se combinan sin descanso.
Ahora que todo ha de ser políticamente correcto, refresca descubrir a un narrador amoral y sincero, que no temía escribir lo que le salía de las narices, porque de las narices le salía talento y no mucosidad blanduzca, como suele ocurrir.
Bien pensado, no he descubierto a Behm tarde, sino en el momento exacto.
Si, como yo, no lo conocías, búscalo.
Se han reeditado algunas de las novelas y la que no, puedes hallarla en la librerías especializadas en el género.
No te lo pierdas.
Y no cometas mi error: si te lees los tres libros uno detrás de otro, luego te quedarás con ganas de más y aullando a la luna en espera de nuevas traducciones que ojalá no tarden en llegar.
Carlos Salem