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¿Quién mató a quién?

Entrevista-atraco al paso con gente tan rara que escribe novela negra
Martín Solares (Tampico, 1970), ha escrito dos novelas sobre la violencia en el Golfo de  México: Los minutos negros y No manden flores; tres novelas policiales sobre el  surrealismo y el crimen: Catorce colmillos, Muerte en el Jardín de la Luna y Cómo vi a  La Mujer Desnuda cuando entraba en el bosque; y un libro de ensayos: Cómo dibujar  una novela. También es guionista de cine.
Tres novelas imprescindibles del género [y por qué]
El halcón maltés, de Dashiell Hammett: con Hammett y Chandler, la novela negra deja
de concentrarse en la resolución de enigmas sobre el crimen y cuenta aventuras
donde las ciudades y sus distintos y siniestros habitantes, con sus grandes pasiones,
son los protagonistas verdaderos. Cuando el detective deja de pensar en crucigramas
y sale a buscar criminales dispersos por la ciudad, nace una de las mayores aventuras
de la literatura contemporánea.
Mar de fondo, de Patricia Highsmith: la narradora texana no sólo creó la novela policial
centrada en el culpable y sus remordimientos, sino que alcanzó la cima de la novela
psicológica con esta magnífica historia, en donde se demuestra que cualquiera puede
convertirse en un asesino si cuenta con un motivo suficiente, y el lugar conveniente.
Pasado negro, de Rubem Fonseca: la mejor y más divertida novela negra jamás
escrita. El más duro de los escritores policiales latinoamericanos cuenta una historia
que transcurre a carcajadas, con plantas y animales venenosos que sólo se consiguen
en el Brasil inconfundible de un narrador extraordinario.
¿Por qué escribes novela negra y no de otro color?
Escribiría novelas en blanco y negro, pero ya las tomaron los pingüinos. Creo que la
novela negra, que tiene unas exigencias claras en cuanto a los temas, personajes y
estilos, es un reto estupendo para todo escritor que sueñe con desarrollar una voz
propia y un tono singular. El objetivo es sumergirse en la maldad y escudriñar sus
secretos, pero con el submarino y los reflectores que cada quien prefiera. Una buena
novela sobre el crimen trasciende los colores y se vuelve algo universalmente
aceptado y disfrutado, como ocurre con Arthur Conan Doyle, Agatha Christie, Patricia
Highsmith o los personajes de Liliana Blum o Fernanda Melchor.
El libro que nunca escribirías es…[y por qué]
Un libro que falte al respeto a las víctimas de la violencia en mi país. Como
tamaulipeco que ha escuchado y vivido suficientes historias violentas, estoy
convencido de que el sentido del humor no tiene cabida cuando se habla del dolor de
los otros. Los novelistas tenemos la oportunidad de contar las historias que todo el
mundo calla o soslaya, sin detenernos ante nada, salvo el dolor real de las personas
vivas o muertas. Allí la novela debe preguntarse por qué hemos perdido de vista la
palabra justicia, porqué no la pronuncian nuestros políticos desde hace tiempo, y
encontrar la mejor voz para contar las historias que reflejen esta situación.
El que matarías por haber escrito…[y por qué]
Un libro que transporte al lector a un mundo y un tiempo más fascinantes que la
realidad misma, uno que le permita elevarse y olvidar sus preocupaciones mientras
dure la lectura, uno que le permita dialogar con personajes fuera de lo común,
compartir sus carcajadas y lo regrese a la vida enamorado de seres imaginarios y un
poco más arañado, revolcado y feliz, como quien baja de la montaña rusa.
Una frase que recuerdes de memoria de una novela tuya…
“¿Verdad que en la vida de todo hombre hay cinco minutos negros?”
Y, por supuesto, “Esta es una historia de ficción”, que me han ayudado a evitar
problemas.
Requisitos para que una novela merezca ser leída o escrita:
Que ni siquiera su propio autor pueda dejar de leerla una vez que lee las primeras
líneas. Que sus personajes estén más vivos que tus vecinos. Que algo en la historia te
arañe mientras la lees, y que al terminarla estés seguro de haber vivido una experiencia
inusual. Que hayas ganado en el camino unas cuantas palabras nuevas, unas cuantas
historias, y una manera distinta de ver la vida.
¿El género es absorbido por lo comercial o crece tranquilo a su sombra?
Hay que escaparse de la facilidad y la felicidad. Escribir desde dentro de la historia,
vivirla como los personajes, escapar (o no) del laberinto que creaste para ellos. Si la
novela es mala, no sobrevivirá por más euros que le inviertan a su promoción. Y si es
buena, se recomendará de lector en lector durante tanto tiempo como sea posible.
Tu modus operandi es [en qué se diferencian tus novelas de otras]
Se adapta a cada caso. Me fui a entrevistar forenses, periodistas de nota roja, peritos y
policías de Tamaulipas para escribir mi primera novela; visité cada exposición y leí
cada libro posible sobre el surrealismo durante 15 años y el resultado son mis novelas.
No creo tener ni siquiera media brizna de talento, así que trabajo muy duro para
disimularlo. Estoy convencido de que, al igual que los personajes, la historia y el
escenario, el estilo que usamos para contar una novela también es una ilusión, que
puede construirse como los magos: por ensayo y error, luego de muchos intentos.
Pero cuando encuentras la voz indicada para tus narradores, todo se vuelve una de las
mayores formas de la felicidad.
 El único crimen que te atreves a confesar es…
Últimamente veo gente muerta, con nombre y apellido: algunas son fantasmas
aficionados a tomar café con leche o bien, mujeres misteriosas que beben cocteles
con aceitunas verdes. Escribo sobre ellos en Catorce colmillos. El único crimen que
debemos cometer los escritores es el de la transgresión: saltar todas las trancas,
brincar todas las limitaciones de la vida real hasta que nos permitan escribir la
literatura que soñamos contar. Y si no nos atrevemos a empujar a nuestros personajes
al abismo seremos buenos ciudadanos pero malos narradores. Por algo se dice que la
literatura es el laboratorio de la vida, y por eso inventamos a los personajes, a fin de ir
más allá de lo que podemos hacer en la vida.
 Lo mejor que te ha dado el oficio de escribir:
La felicidad de crear mundos y personajes imaginarios. La satisfacción que viene
cuando le pongo el punto final por quinta vez a una historia que me ha obsesionado
durante años. La alegría de ver terminado el palacio luego de trabajar primero como
albañil y luego como arquitecto en cada uno de sus ladrillos.
¿La realidad es una novela negra?
Digamos que sólo el filtro oscuro de la novela negra permite ver cosas que están ahí,
en la base de cada sociedad. Nos ayuda a comprender el crimen, en todos sus grados
de intensidad, y a los involucrados, con toda su humanidad. La novela negra ilumina
con una historia lo que se calla con propaganda, lo que se oculta con el silencio.
Tu personaje ajeno favorito [y por qué]
Pereira, el reportero que inventó Tabucchi en la novela del mismo nombre, porque era
capaz de dialogar con sus voces interiores y convertirse en un héroe.
Los gemelos Claus y Lucas, de Agota Kristof, porque crearon una versión europea de
Las Mil y Una Noches de la crueldad, todo ambientado en la segunda guerra mundial y
sus alrededores.
La niña que fue Nellie Campobello, la cual observó a tantos soldados de la Revolución
Mexicana caer a balazos bajo su ventana, y vivió para escribirlo.
El malo creado por ti que más odies [y por qué]
André Breton, en la novela que estoy terminando ahora. Los agentes de la Dirección
Federal de Seguridad Mexicana en Los minutos negros. El Coronel de la Muerte y los
sicarios que persiguen a Margarito por todo Tamaulipas en No manden flores. Para
entender el horror real, imaginé a personajes que encarnan la mano armada del crimen
en mi país. Es lo más oscuro que jamás escribí y me costó mucho trabajo emocional
salir de ese laberinto.
Si no fueras escritor, serias… [deja volar la imaginación]
Editor otra vez. No concibo mi vida sin historias, lejos de la literatura. Pero luego de
dedicar 23 años de mi vida a editar libros de otros, decidí dedicarme a escribir los
míos. Sólo se vive una vez.
 Tienes la oportunidad de escribir ahora tu futuro epitafio:
Aquí no está Martín Solares
Un día cobró el coraje
de vivir del arte del camuflaje.
No buscaba un carruaje:
sólo quería disolverse en lenguaje.

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