Iniciamos una colabaoración de lujo, con artículos del novelista argentino Kike Ferrari, una de las voces más sorprendentes del género a ambos lados del «charco», fanático ilustrado de la novela negra y co-autor de Punto ciego, una de las proximas publicaciones de Real Noir. En este caso, Ferrari se asoma a un personaje fundacional de la novela negra en Español: el detective Pepe Carvhalo del recordado Manuel Vázquez Montalbán.
Bienvenido y gracias por compartir este artículo.
Desocupación, violencia social, corruptela política y policial, todo el género negro es un intento de responder a la pregunta de Bretch: ¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo? Por estas razones, que lo hicieron nacer en USA en la década del ’20, se mudó luego a Hispanoamérica. Y tuvo allí su propio Philip Marlowe: el Pepe Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán.
En un artículo titulado La deshumanización del personaje, el autor explica las dificultades de hacer una literatura de personaje: fidelidad continuada, novela tras novela, a las connotaciones personales del personaje, ante el entorno que le hace ser como es, necesidad de que cada novela excluya totalmente a las anteriores y por tanto en cada una hay que volver a caracterizar al personaje y su entorno. De ahí que el escritor de un ciclo de novelas de personajes deba fatalmente repetirse por la obligación fundamental de que no ha de dar por leídas las novelas anteriores, ni por conocido el personaje.
Con esas reiteraciones trataré de (re)construir un mapa del Universo Carvalho.
1- Génesis
Pepe Carvalho nació dos veces, una como idea y la otra como personaje. En la novela Yo maté a Kennedy de 1972 (parte junto con Cuestiones marxistas y Happy end de la etapa que Vázquez Montalbán definió como su novelística subnormal) encontramos a una suerte de proto-Carvalho. Dejemos que lo cuente el autor: en los años sesenta nosotros decíamos que la novela se había terminado, se había desarrollado hasta Joyce y Proust la lógica de la novela burguesa y luego había venido el realismo socialista para intentar invertir el sentido de la utilización del instrumento; eso había fracasado, y el resultado era que la novela era un género ligado a la burguesía y estaba muerto. Evidentemente no era cierto. Así que estuvimos forcejeando con el cadáver, tratando de ver qué se hacía con él. Yo hice un tipo de novela experimental, lúdica, polisémica, intentando una burla de la novela, una ruptura constante del esquema narrativo, de la unidad narrativa, que incluía poemas, unas reflexiones incluso teóricas, pero en una de estas obras apareció un hallazgo: en una novela escrita bajo estos criterios de narrativa subnormal, Yo maté a Kennedy, encontré paradójicamente un antipersonaje que era un personaje literario verosímil: Carvalho -quién contaba eso- y era un personaje de novela negra, y allí surgió la idea de convertirlo en un detective privado para poder hacer esa novela-crónica que me interesaba desarrollar. Fuera del contexto de esta novela concreta -donde Carvalho era un guardaespaldas de Kennedy, y a la vez su asesino- el antihéroe funcionaba y me daba la clave de su futura utilización.
En Tatuaje (1976) -que nació como una broma, Vázquez Montalbán apostó una noche de borrachera que era capaz de encerrarse y, en quince días, escribir una novela negra- Carvalho aparece ya igual a sí mismo. Cuenta Vázquez Montalbán: cuando afronté la «novela policíaca», el personaje me era muy válido, pero lo convertí en más bruto, un personaje incomunicado, un outsider, un tipo fronterizo que sanciona moralmente desde su propia ambigüedad, porque en general la propuesta moral de las novelas negras que prefiero es una propuesta de la moral de la ambigüedad, un cierto negativismo moral y eso necesita ser propuesto por un antihéroe, no lo puede proponer James Bond, un héroe de una pieza. La mirada la propone el personaje, y de cómo mire ese personaje depende la moralidad de la obra. Lo que me acerca más a identificarme con esa moral relativa, compleja y llena de contradicciones es un antihéroe, un héroe de una pieza no sería para mí creíble.
Al terminar Tatuaje Vázquez Montalbán quedó tan contento del resultado, que programó una serie, y presentó el proyecto a un editor. Quiero escribir unas diez novelas policíacas tengo los argumentos desarrollados, más o menos van a ir por aquí, y se van a parecer a ésta pero voy a cambiar cosas, le dijo. El editor le contestó lo olvidara, que eso no iba a tener ningún éxito.
Las 10 novelas programadas finalmente fueron 24, a lo largo de las cuales el personaje, fue creciendo, envejeciendo y consolidándose.
2- Vida y obra
Aunque vive desde siempre en Barcelona, Carvalho es un gallego de origen portugués. Ex militante del Partido Comunista Español (yo nunca fui un renegado, fui un apóstata cínico, dirá de su pasado rojo), al salir de la cárcel, a la que llegó por comunista, se va a Estados Unidos, donde lo recluta la CIA. Ya como ex agente de la Agencia (abandoné la CIA cuando tenía ante mí un brillante porvenir, explica Carvalho sin explicar, había acumulado ya tres trienios y estaba al caer un puesto muy importante en Colombia, pero dije que no y me fui) regresa a España como detective privado (Antes imitaba a Marlowe, dice en Quinteto de Buenos Aires (1997), pero he envejecido, mi modelo es Maigret, no tiene edad).
Tiene -como Marlowe, como Spade- una fuerte tendencia a la bebida (se bebe esperando el clic que abra la puerta siempre cerrada, explica en Los mares del sur, de 1979), una divisa de vida que se resume en la frase: enterrar a mis muertos y pagar mis deudas, una familia imposible y dos obsesiones culturales: la comida y los libros.
3- Una familia imposible
Dice Carvalho en Quinteto de Buenos Aires: Tengo un alma marginal, mi novia es puta de teléfono. Mi asesor técnico, camarero, cocinero y secretario un ladronzuelo de coches. Mi confidente espiritual y gastronómico, un vecino, que también es mi gestor. Y agrega: me gustan las familias imposibles, detesto las familias posibles. Estos tres personajes, más el lustrabotas -y representante de las putas, los golfos y los detectives privados, según el mismo se presenta- que constituyen la imposible familia fáctica de Carvalho, aparecen entre Tatuaje y La soledad del manager (1977) y de esa manera al llegar a Los mares del sur, tercera y mejor novela de la serie, el Universo Carvalho está completo.
Charo
Charo es, según definición carvalheana, una puta cara de teléfono, con una clientela más selectiva que selecta.
La muchacha -que aparece por primera vez en la cuarta página de Tatuaje, desnuda y entre las sábanas- lo quiere, lo cela y vive una disociación esquizofrénica: novia de día, puta de noche. ¿Con quién te has liado?, le recrimina en medio de una discusión, ¿Qué necesidad tienes de otras tías? Yo voy con otros tíos para comer, para vivir, pero ¿y tú?
Sobre el final, en las últimas novelas de la saga, una Charo ya madura intenta reacomodar su vida -poner una boutique, o algo- y componer la de Pepe. No lo logra y habrá un distanciamiento que, pese a las añoranzas y las cartas, será definitiva.
Bromuro
Es el segundo personaje en aparecer. Lustrabotas y soplón, ex legionario a las ordenes de franquista Muñoz Grandes, se ganaba la vida como correveidile o vendiendo barajas pornográficas y debía su apodo a su teoría del bromuro que le echan al agua para devaluar la potencia sexual masculina: le digo que ponen bromuro a todo lo que tragamos para que no la armemos y las mujeres puedan salir tranquilas a la calle, repite a lo largo de las novelas. Y agrega con queja: me da una pena tan grande, tantas como hay y lo poco que tenemos para darles gusto. Solo, más bien acompañado únicamente por Charo que lo adoptó como a un padre querido y apenas indeseable, Bromuro murió por problemas hepáticos en la novela El delantero centro fue asesinado al atardecer (1988).
Observe el astuto seguidor de la serie cómo la relación de Carvalho con Bromuro era exclusivamente alcohólica y pocas veces nutritiva, como si quisiera ayudarle a suicidarse lentamente, explica Vázquez Montalbán en el prólogo a Las recetas de Carvalho (1989).
Biscuter
Biscuter, suerte de cruza entre Watson y Sancho Panza, asoma su cuerpo diminuto y fofo después de una veintena de páginas de La soledad del manager y se lo presenta así: Al cuidado del despacho estaba Biscuter, ex compañero de cárcel de Carvalho. El detective nunca había sabido su nombre. Durante años de vez en cuando se decía: He de preguntarle cómo se llama. Pero el uso continuado de Biscuter cumplía la función y le desmemoriaba. Obseso por los coches ajenos, Biscuter había sido culito de cárcel durante quince años de larga adolescencia: de los quince a los treinta. Pequeñísimo, con cabeza de hijo de fórceps, de cómica calvicie con los parietales llenos dé rubia vegetación hirsuta, pómulos colorados sobré un rostro harinoso, gruesos labios rosas caídos, ojos de pescado hervido. Se encontraron en la calle, a pocas manzanas de La Modelo. Biscuter le pidió cinco duros.
– Para coger el autobús, jefe. He perdido la cartera.
– Te la va a devolver la policía como te vea merodeando por aquí, Biscuter. ¿No me reconoces?
– ¿A ver? ¡Hosti!… ¡El Estudiante!
Así llamaban los delincuentes comunes a Carvalho durante su encarcelamiento. Invitó a comer a Biscuter y recordaron los platos que habían conseguido guisar en la aquellos días. Desde que Carvalho saliera de la cárcel, la historia de Biscuter era una lista de entradas y salidas. Se le quitó el vicio de robar coches, pero no los antecedentes, y en cualquier redada caía un Biscuter desempleado, víctima de la Ley de Vagos y Maleantes.
– Si encontrara un trabajo.
– ¿Te importa trabajar conmigo? Cuidas un despacho pequeño. De vez en cuando me haces el café o una tortilla de patatas, que es lo tuyo. Puedes dormir en el despacho, te pago la comida y te doy dos o tres mil pesetas al mes para tus gastos.
-Y un certificado para que no me enchironen otra vez.
-Y un certificado.
Biscuter no se había movido desde entonces del pequeño mundo del detective. En ocasiones colaboraba en alguna de sus investigaciones instrumentalizando su aspecto de infeliz.
Fuster
El papel de Fuster en la vida de Carvalho es múltiple: amigo, confidente, consejero en casos difíciles, gestor de lo poco que hay para gestar –tratando permanentemente de ordenar las caóticas cuentas del detective para un improbable fondo de retiro- pero, sobre todo, vecino y compañero de comilonas. Último de los miembros de la familia en aparecer, lo hace en la página 120 de La soledad el manager, cuando Carvalho, a las dos y media de la madrugada, le toca el timbre para invitarlo a comer un salamis de pato: el sueño ha despeinado su barba rubia de chivo, su escaso pelo peinado con estrategia y ha inclinado la montura de sus gafas hasta el punto el punto de que una varilla calza en la oreja, pero la otra busca desesperadamente el asidero de la oreja perdida.
Y se dedican, hasta las cuatro de la mañana a beber, comer y charlar. Gracias, Pepe, se despide Fuster, has devuelto una noche a mi vida, la hubiera pasado tontamente durmiendo y la he llenado de vida.
4- Dos obsesiones
Los libros
Carvalho tiene la estufa de su casa en las alturas de Vallvidrera prendida todo el año. El fuego, dice, lo ayuda a pensar. Para prender esa hoguera permanente usa…libros. Vázquez Montalbán lo explica así: la quema de libros a la que es tan aficionado, forma parte de las reflexiones sobre el papel de la cultura. Carvalho, tan parco en las reflexiones teóricas, ha dicho a veces que quema libros para vengarse de lo poco que le han enseñado a vivir y de lo mucho que le han alejado de una relación espontánea y entusiasmada con la realidad.
La comida
En Quinteto de Buenos Aires, Carvalho repite, en clave de asado, su teoría de la cocina como metáfora de la cultura. Dice: la cultura no te enseña a vivir, es sólo la máscara del miedo y la ignorancia. De la muerte. Tú ves una vaca en la Pampa. La matas. Te la comes cruda. Todos te señalarían: es un bárbaro, un salvaje. Ahora bien, coges a la vaca, la matas, la troceas con sabiduría, la asas, la aderezas con chimichurri. Eso es cultura. El disimulo del canibalismo.
5- Epílogo
Al final de los finales, después de las 832 páginas de los dos volúmenes que componen Milenio (2003) -último título de la saga, publicado después de la muerte de Vázquez Montalbán- Carvalho vuelve a la cárcel) condenado por un asesinato cometido tres años antes, en la novela El hombre de mi vida (2000). Allí el autor nos explica que el detective que no debería haber salido nunca de la cárcel, porque este mundo, en el que él cumple la función de mantener el desorden, se divide en víctimas y verdugos, algunas veces llamados presos y carceleros, bombardeados y bombardeadores, globalizados y globarizadores.
Ya se ve, Carvalho, fiel a sí mismo, pagó sus deudas y enterró a sus muertos.
Y así quedó todo: Pepe preso, Manolo muerto. Y nosotros que los extrañamos tanto. Tanto.