Los domingos por la tarde cogemos las bicis y jugamos al Cluedo. Elegimos la casa, observamos desde afuera y anotamos los personajes. Hacemos un mapa y tiramos los dados. Cuando llega la noche, actuamos. Hemos aprendido a entrar en silencio y sin huellas en la propiedad ajena. Luego escondemos las pruebas y creamos pistas falsas. Limpiamos el tablero para que la policía haga sus preguntas y establezca hipótesis falsas. Confiamos en el azar. Llevamos jugando desde hace años, por lo que podemos decir que somos bastante buenos. Y alguno de nosotros se deja caer en el entierro de la victima. Lleva nuestras notas debajo del brazo. Afligido, suele llorar a moco tendido en el sepelio y acaba siendo atendido por una ambulancia. Esa es una imagen. La otra es del ataúd. Donde el enviado mete los dados que hemos utilizado durante ese ataque de ansiedad simulado. Y terminamos la partida anotando la descripción de familiares y amigos. Elegimos por mayoría al que vamos a lanzar a los pies de la policía. Construimos el anónimo. Recortamos las letras de revistas y enviamos la carta oportuna a las fuerzas del orden. Así cada domingo. Después de la película de media tarde, eso sí. Que suelen poner siempre de crímenes y eso nos alimenta.
Iván Humanes