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La fotografía

A Noelia nunca le gustó que le hiciera fotos. Se ponía tensa cuando tenía que posar y para que saliese natural, tenía que disparar por sorpresa. Ni siquiera en nuestra boda quiso contratar a un fotógrafo. Las instantáneas que conservamos son las que hicieron los invitados. Quizás por eso tengo tan pocas fotos de ella, en quince años de casados.

Reviso algunas en el móvil y me detengo en la penúltima. Es del mes pasado, en los Picos de Europa. Nuestro reencuentro. La maldita pandemia me pilló trabajando en Madrid y a ella en Alicante. Todo el confinamiento estuvimos separados. Por eso, cuando se levantaron las restricciones, decidimos hacer ese viaje.

Miro la foto y recuerdo el mirador en el que se la hice. Fue descendiendo en coche por un puerto de montaña, el último día en Asturias. Nos detuvimos en el arcén para contemplar las vistas y salimos para tener mejor perspectiva. La altura impresionaba. Pero merecía la pena el vértigo por contemplar ese espectáculo. Me puse a su lado, con disimulo accioné la cámara del teléfono y… bingo: una foto preciosa de ella con las montañas al fondo. Noelia relajada, confiada. Creí que se enfadaría, pero sonrió. Acaricié su mejilla. Hacía tiempo que no la veía tan feliz. Bajé la mano hasta el pecho y en sus ojos asomó el deseo. Casi tanto como en la fotos que el detective le había tomado en mi cama revolcándose con Ariel, mi mejor amigo, durante la pandemia.  No vio venir mi intención pero sí la foto. En su expresión había más  rabia que pánico, mientras caía.

Esa es una imagen. La otra es del ataúd abierto.

Hice que la velaran sin cerrar el féretro y le saqué una última foto.

Osiris

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