Lo de los festivales de novela negra en España durante los últimos años merece el análisis de alguien mucho más minucioso que quien firma estas líneas. Pero hay varios indicios claros (y a mi entender saludables) comparando con otros modelos. Por una parte, una descentralización excéntrica, similar al modelo francés, que cuenta con más de medio centenar de salones de literatura Polar, la mayoría de ellas repartidas por toda la geografía gala sin que exista un mega festival parisino que lo acapare todo. Algo similar ocurre en España, donde la veteranía de la Semana Negra de Gijón, con 35 ediciones a sus espaldas, ya es incuestionable desde hace mucho tiempo, si es que alguna vez hubiera sido cuestionada.
Pero quitando la edad también histórica de BCNegra, la gran mayoría de los festivales de género que gozan de muy buena salud están repartidos por diferentes ciudades en todo el mapa. Desde una Valencia Negra ya más que asentada y que forma parte del periplo obligado de firmas nacionales e internacionales, hasta certámenes flamantes como Gata Negra, el primero en su tipo de Extremadura, que tiene como sede un ayuntamiento bastante más pequeño como es el de Moraleja. Y que no tiene nada que envidiar a citas en ciudades más grandes.
Queda por discutir si esto supone una seña incuestionable de la excelente salud del género, o solo deja en evidenciaa la disponibilidad para viajar que por algún motivo misterioso presentamos los autores de noir.
Lo que está claro es que, en relativamente muy pocos años, se pasó de media docena de festivales del género, a un número que habrá que esperar un año más de post-pandemia para que arroje un resultado exacto, pero poco antes del Covid rondaba la treintena de festivales.
Toca aquí devolver la pregunta que a menudo (demasiado a menudo) nos hacen los compañeros y compañeras de la prensa cuando vamos por esos festivales: el porqué de esta “moda” de la novela negra. Si conociera la respuesta ya me habría hecho rico (o más probablemente habría dejado de escribir), pero a modo de sospecha y apunte, reivindicar que ojalá no sea una moda, sino la demostración de que el género ha alcanzado la necesaria y esperada mayoría de edad que se debía y nos debíamos.
Para ello ha tenido que crecer (y a veces duele) más allá de esos límites que recomendaba conocer Manuel Vázquez Montalbán para luego saltárselos y abandonar, o relajar por lo menos, el purismo que indica que lo que no es hard boiled no es novela negra. Y pasarse a menudo de frenada, todo hay que decirlo, resbalando en el aceite comercial que a veces derraman sin querer o queriendo las grandes casas editoriales en un afan por clonar éxitos en lugar de sembrar estilos que se ramifiquen a corto y medio y largo plazo.
Hay se señalar y celebrar la incorporación mayor en números necesarios y postergados de autoras con su propio discurso y esto abarca tanto a quienes amen este género variable y en mutación, como a quienes vean en él un escaparate comercial favorable, (que tambien lo haces muchos hombres, en esto no hay géneros en el género) ignorando que acabaremos siempre en rebajas, que al fin y al cabo escribimos historias de perdedoras y perdedores que a veces, muy pocas veces, ganan y otras pocas logran empatar.
Los festivales crecen y se multiplican, si se me permite la expresión, a fuerza de testarudez por parte de quienes los organizan, mayoritariamente gestores culturales o autores y autoras que, conocedores de la voluntad de errantes de quienes escribimos este género y de la ausencia o en todo caso la presencia escasa de un star system excesivamente escalonado, consiguen llevar a sus localidades un poco de todo lo que ven en otros sitios para darle un sabor propio.
De allí que, como vaticinó Paco Camarasa,esa división europea primigenia entre la novela negra del Sur y del vino y la novela negra del Norte y la cervezas, se fuera ampliando al contar los crímenes y las idas y venidas y las maneras de resolverlos en distintos lugares del país.
En otro artículo hablaremos de la asistencia del público y de la captación de jóvenes y nuevos lectores, asignatura pendiente que me consta se intenta aprobar con esmero, pero aún no se logra del todo.
Quizás porque a ambos lados de los Pirineos, raras veces se abarrotan los auditorios, salvo que inviten a una de las pocas estrellas súper-ventas, y a pesar de eso (quizás por ello) seguimos yendo: por aquel contacto directo con los lectores, a quienes vuelves a encontrar en años siguientes, por esa apetencia que muestran por conocer de cerca a quiénes han leído sobre el papel o, y este es el signo más saludable, el entusiasmo por autoras y autores que comienzan y reciben un apoyo directo de ese público, más o menos numeroso en cada caso, que acaba de escuchar sus comos y sus porqués.
Por si queda alguna duda: estoy totalmente a favor de los festivales de novela negra y en especial de los que resultan más horizontales en el trato a los autores y el público.
Yo no sé si son una moda, pero creo que no, como tampoco lo es un género que lleva evolucionando desde hace más de 70 años.
Como muestra de lo que afirmo, indicar que hasta donde sé, la pandemia mundial no ha conseguido cargarse ninguno, que son más que antes de los encierros y que incluso muchos sobrevivieron y mantuvieron la llamita encendida por streaming y conexiones virtuales, para que los aficionados y los autores, que a veces somos lo mismo, no perdiéramos la esperanza de que habría un nuevo comenzar.
No he estado en todos los festivales negros de España, pero casi. Y espero subsanar ese escaso fallo numérico entre este año y el que viene. Pero sí puedo asegurar de los que conozco que cada uno, pasada la fase embrionaria, busca su propia identidad sin competir con los demás (que muy raras veces se contra-programa y estoy casi seguro de que es sin querer) y que cada cita del género consigue afianzar una identidad propia, al tiempo que difunde las bondades de los lugares que los acogen.
Porque también de eso se trata: de conectar autores con lectores y de mantener esa condición de feliz periferia que tiene la novela negra, esta voluntad de salirse de los caminos obligatorios para descubrir otros caminos en busca de una verdad o su sospecha.
Carlos Salem