El aspirante
Concar
Durante años, ser vigilante nocturno en un polígono industrial solitario le había permitido disparar contra muchos supuestos ladrones. Le gustaba. Y la última vez acertó.
Eso le valió el despido y una acusación de homicidio. Se enfrentaba a un juicio y a vivir en la calle o en la cárcel. Por eso, cuando halló el panfleto en el asiento del metro, no lo dudó:
«Si estás dispuesto a todo, tenemos un trabajo para ti», era lo único que se podía leer, además de un teléfono para concertar cita por whatsapp.
Se compró un traje y aquí estaba, en un despacho elegante y frente a un hombre sonriente.
—Sabemos quién es usted —lo tranquilizó—. No tiene escrúpulos en usar un arma y necesitamos gente así.
El hombre, boquiabierto, preguntó:
—¿Me contratarían para disparar?
—Más bien para matar. Nos ocuparemos de sus asuntos legales pendientes. Siempre lo hacemos. El que se le imputa no será el único, habrá más muertos; antes o después, los humanos deben morir. Pero con tantos avances médicos, se acumula el trabajo. Usted nos ayudará a cumplir con la cuota. ¿Entiende?
—Sí, claro ¿Cuando empiezo?
—De inmediato. Pero antes tiene que pasar una pequeña prueba,aqui al lado.
Era un micro-cine. El hombre le puso en las manos una pistola reluciente, similar a la que él ocultaba en su casa.
—Verá en la pantalla cientos de imágenes y sabrá sobre cual debe disparar. Si acierta, el puesto es suyo. —Y se marchó.
El hombre fijó los ojos en las imágenes que pasaban a ritmo de vértigo.
Se oyó un estruendo. Su cuerpo se desplomó en el suelo. En el despacio vecino, el hombre amable buscó el nombre del aspirante en un grueso libro antiguo, lo tachó e informó a su secretaria que hiciera pasar al siguiente.