Como ya he dejado apuntados en otros artículos, la figura del detective es casi inseparable de la propia novela negra (salvo la rama narra desde el punto de vista del criminal, como Jim Thompson), incluso aunque desde hace décadas haya cedido el papel titular del oficio en favor de otras ocupaciones y ciertos complejos con relación al asunto de detectar cómo trabajo posible.
La variedad de ocupaciones impuestas a las investigadoras e investigadores de sagas notables y de las otras, solo sirve para nutrir un bosque que disimule el árbol con gabardina y botella de whisky en el tercer cajón del escritorio.
Cine que me hiciste mal…
En realidad, creo que buena parte de los tópicos que hoy conforman ese arquetipo en decadencia del detective privado que casi se toma a risa, se lo debemos más al cine que a las propias novelas. Puede que Marlowe se pegara de vez en cuando un lingotazo, pero preferiría jugar al ajedrez contra Capablanca; y es cierto que Sam Spade se pasaba de duro en la letra impresa, pero dejando traducir cierto código de lealtad traicionada y un concepto de justicia que no alcanzaba a ocultar su melancolía.
Quiero decir que en las novelas (y no solo por la posibilidad de mayor extensión en el detalle, sino por la propia definición de los personajes y su carácter poliédrico), la empatía con el lector es el resultado posible no tanto por las certezas el detective, como de sus dudas, No lo admiras por su valor, lo respetas por hacer lo que cree que tiene que hacer aunque tenga miedo, aunque no sepa exactamente si eso va a cambiar algo, aunque se meta en un lío solo por mantener los tres o cuatro puntos claves de un código propio escrito en el humo esos cigarrillos fumados a solas en el despacho, o en el vaho del cristal del coche mientras sigue a alguien que no sabe si es culpable o solo otra clase de víctima.
…y sin embargo te quiero
El cine ha hecho, sin ninguna duda muchísimo, por la difusión de este arquetipo de personaje, pero salvo contadísimas excepciones no se ha preocupado de la complejidad que implica y le da forma. El detective no es un héroe en el sentido clásico y todos los cambios en su vida ocurren de manera lenta pero definitiva. Se levanta sin saber si la próxima será la última caída, pero se levanta.
No olvidemos su conexión de hijo bastardo y callejero del detective holmesiano que lo mira todo con lupa y microscopio, la delgada frontera que en muchos protagonistas del hard boiled apenas separaba al matón del investigador, y la relación inmediata entre lo que debían investigar y su momento vital, casi siempre en suspenso.
Sabíamos poco de sus motivaciones, en el caso de los primeros o los más notables. No importaba tanto, por ejemplo, conocer más que dos o tres pinceladas de la vida privada de Lew Archer, como su manera de reaccionar ante un mundo que estaba cambiando ante sus ojos y en el que al intentar acomodar sus propios valores, a veces le costaba encontrar el casillero adecuado para el que lo habían criado.
Me temo que personajes como Mike Hammer, además de su implicación ideológica reaccionaria, también buscaban y conseguían aprovechar ese boceto hecho solo de tics que el cine había dejado del detective.
Quizás por eso, a partir de los años 70 se marcó mucho más la tendencia y fue remplazando el investigador privado por un policía, sujeto a determinadas normas y reglamentos y con una proximidad automáticas con los casos a resolver, poniendo de alguna manera el acento en el misterio, casi como una vuelta al origen holmesiano, pero que sí funcionó fue por mantener ese carácter chandleriano, esa inconformidad casi nunca violenta con las normas, pero que le permitía desvelar el enigma y a veces hacer algo que justicia.
Un policía diferente
Un policía casi siempre sensible a las pequeñas miserias humanas pero también casi siempre ajeno a las corruptelas del poder, que se dedicaba a ser la piedra en el zapato de ese mismo poder. Hombres y y mujeres,por lo general con talento suficiente como para poder haber subido mucho más dentro del escalafón, pero que preferían jugar al límite del reglamente para responder a su propio criterio, un código que para muchos que sus compañeros había quedado anticuado.
¿No os suena esa exactitud?
Más adelante, quiénes querían mantener la independencia y correlación al oficio directo de investigar, fueron probando desde profesiones más “cercanas” a la del policía, como el periodista, el juez, o el médico forense, hasta otras mñas alejadas pero que permitían al personaje investigar sin contar con las ventajas iniciales de formar parte de un cuerpo de seguridad y sus “desventajas” al tener que atenerse a procedimientos y permisos burocráticos cómo órdenes judiciales y cosas por el estilo.
Todos tenemos un pasado
En todo caso, escapar de la figura clásica del tío de la gabardina puede haber correspondido a un esfuerzo por modernizar los personajes pero también un forma de dejar atrás el tópico que del detective nos había grabado en blanco y negro el cine en la memoria.
Y también que estos detectives (da igual los oficios que figurasen en su nómina) comenzaron a tener historias y esas historias comenzaron a importar cada vez más.
Uno no se preguntaba por qué el detective (Marlowe, Archer, Spade) investigaba, o por quéearriesgaba la vida y la libertad por unos pocos dólares al día más gastos. Y entendías sin saber porque, no necesitabas más que unos pocos datos biográficos que cabrían en cualquier pequeña ficha de carton, o en el reverso de una caja de cerillas con el nombre de un club nocturno de baja reputación.
Escapar del cliché del cine implicó también darle mayor profundidad al personaje y sus motivaciones, insertarlo quizás en una realidad cotidiana más aceptable para el lector, pero que ampliaba también las posibilidades literarias y permitía alejarse del arquetipo sin renunciar del todo jamás a sualmita chandleriana.
Seguramente muchos podrán corregirme, pero yo recuerdo al bueno de Philip casi siempre bebiendo una copa en soledad o compartiendola como un gesto de amistad y con pausa, o para sobreponerse de algún golpe traicionero, pero no tenía los problemas con el alcoholismo que tuvo, por ejemplo, Kurt Wallander. La contradicción seguía siendo el motor básico de quién detectaba, pero sus motivaciones personales se volvieron más y más importantes, aunque no siempre explicadas (por suerte, que tenemos cereb
ro los lectores), pero sí sugeridas.
Un claro ejemplo es el maravilloso comisario Adamsberg de Fred Vargas, que apoya cierta parte d
e su éxito en las rarezas (geniales pero sin la fanfarroneria de Sherlock) del propio personaje tanto para quienes leemos como para el propio sistema que lo tolera por sus aciertos, esperando un tropiezo para rematarlo por cualquier error. En varias novelas, además de protagonista por comandar la investigación, el pequeño comisario montañés lo es por su propio aplicación con las historias, ya sea que provengan de su pasado cerril pero no truculento (El ejército furioso), o como consecuencia de su propio prestigio y la difusión que los medios hacen de su trabajo (Un lugar incierto).
Familia… pero no tanto
El entorno familiar clásico y estructurado, el estilo del comisario Brunetti de Donna León, le resta para algunos (al menos para mí) dibujo al personaje y cierta credibilidad. Cómo puede alguien volver a casa después de ver a diario una monstruosidad realizada un semejante contra otro semejante y hablar como si nada con sus hijos o posiblemente tener una inteligente conversación con su mujet (hija de un noble veneciano influyente, por cierto)?
Seguro que se puede, pero no resulta tan atractivo cómo el atormentado pasado del Matt Scudder de Lawrence Block (En medio de la muerte, Los pecados de nuestros padres, Tiempo para crear, tiempo para matar), un buen policía de Nueva York, casado, con dos hijos y una buena carrera por delante… al que cierta angustia acerca a la botella con demasiada frecuencia. Una día que estaba -para variar- en un bar, dos atracadores trataron de huir tras disparar al camarero, y Sudder los persiguió, reglamentaria en mano y logró abatirlos… con tanta mala suerte que una bala perdida que rebotó en una farola acabó matando a una niña de ocho años llamada Estrellita Rivera.
Nadie culpó a Matt, pero él sí. Y acabo dejando la policía, a su familia y abrazando la botella, aunque sin recunciar a lo de proteger y servir, por lo que hizo de detective sin licencia durante 17 novelas que suponen un lento regreso desde los infiernos.
Un tipo que investiga muertes que a nadie le interesan, pero que, de he hecho en Ocho millo
nes de maneras de morir te emociona cuando al final asiste a su primera reunión del Alcohólicos Anónimos, sin estar muy seguro de que vuelva a la próxima, pero dando un paso que el lector cree que merece para decir quién quiere ser.
En un costado menos dramático, pero también estructural para el personaje, tenemos por ejemplo la contradictoria redacción del comisario Salvo Montalbano de Andrea Camilleri con su novia de siempre, la bella Livia, que con el tiempo se va pareciendo a él en las explosiones de carácter y la pereza por constituir una familia
tipo. Montalbano no es alcohólico, aunque se beba sus buenas botellas de vino y sus buenos whiskys en la terraza de su casa frente a la playa de Marinella.
Tampoco quiere permanecer soltero para meterse en la cama de alguna de todas las bellísimas mujeres que se le van ofreciendo en las novelas;al contrario: salvo excepciones tardías de las que hablaremos en otro artículo, el bueno de Salvo se pasa casi toda su carrera dejándose tentar por esas esculturales italianas de paso o de Vigatá, pero huye en el último momento. A Montalbano le ocurre como a tantos hombres y mujeres que han visto demasiado y han hecho de su propia casa y su vida su refugio, un albergue que admite visitas incluso periódicas, pero que no se muestra muy favorable a cambios permanentes.
Quizás porque como bien sabemos, el comisario es un excelente
lector y habrá leído varias veces (sin quemarla, Carvhallo, sin quemarla) la obra de Raymond Chandler y por lo tanto sabe que, aun
que no mueran en las novelas, Marlowe empieza a morir cuando al final de Playlback llama Linda Loring y acepta que le pague un billete a París. No por interés económico en el dinero de la hija del millonario, sino porque sabe que ha llegado al final del camino y el siguiente paso sería matar o suicidarse. Marlowe deja de ser Marlowe cuando dejas de creer en el ser humano, es decir que sí mismo.
Y de esa lluvia de escepticismo, no hay gabardina que te proteja.
Carlos Salem