El final de la fiesta
El mayordomo condujo a los abogados, dando un rodeo alrededor de la casa, al otro lado.
—Si querías conocer a “Carbalhiño” hoy no es tu día.
—He perdido el poco interés que podía tener —Enrique arrojó la colilla a un montón de tierra—. Nunca me han gustado los cobardes.
Continuaron adelante, bordeando el jardín, para dirigirse a un edificio con las paredes y el techo teselados. Una piscina climatizada. El futbolista se encontraba en el piso de arriba. La ventana abierta, el cenicero en el alféizar, el cigarrillo aún humeante.
—¿Alguna opinión interesante que compartir? —preguntó
Sergio.
—Muchas, pero nada nuevo bajo el sol.
El cuerpo desnudo flotaba boca abajo en el agua. El cabello rubio se esparcía alrededor en un círculo perfecto.
—Anoche el señor y la joven celebraron una fiesta —dijo el mayordomo—. Ella bebió demasiado y se desmayó. Cuando el señor intentó ayudarla ya era demasiado tarde.
—Eso explica porque el cuerpo sigue dentro de la piscina. Su señor, después de practicarle la reanimación cardiopulmonar y no conseguir nada, decidió que era mejor volver a echarla al agua. Para ver si un chapuzón le venía bien —dijo Enrique sin apartar la vista.
Hincó la rodilla al borde de la piscina. El reflejo del sol
sobre la superficie dibujaba destellos ondulantes. El cuerpo se acercó lo suficiente como para que pudiese asirla por los tobillos.
—¿Sabemos quién es?
—Su cartera se encontraba en una de las tumbonas, con una botella de tequila y unas pastillas. No es que fuésemos a necesitarla para identificarla.
Intrigado por la afirmación de Sergio, volteó el cuerpo.
El rostro de la chica emergió del agua, rompiendo la tensión superficial. Aún rebosaba vida y juventud. Deseó que abriese la boca para tomar aire.
—¿Recuerdas la primera vez que la vimos?