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(Publicamos los relatos finalistas del  Concurso de Microrrelatos La Letra Noir.  Los textos se basan en la frase propocionada por el invitado del primer programa, el novelista José Carlos Somoza: «Habrá más muertos», y tienen una extensión máxima de 300 palabras. En breve, el propio Somoza determinará el relato ganador del certámen y de un lote de libros de Real Noir.)

 

DESENCUENTRO

Miguel Martín

Treinta cadáveres en un mes, uno al día. Pleno al quince, y seguimos para Bingo. Cuchillo en el pecho y, para desconcierto de la policía, los ojos abrasados. Además el asesino no discriminaba por raza o sexo, como si aspirase a Ministro de Igualdad.

Era cuestión de tiempo que alguien contratara al detective Solo, el tipo al que se recurre cuando lo extraordinario hace cosquillas a la cotidianidad con la sutileza de un martillo.

Lo primero que hizo Solo fue estudiar a las víctimas, descubriendo una prometedora conexión para siete de ellas: todas frecuentaban una cafetería llamada AlbaVille. El detective comenzó a dejarse caer por allí con asiduidad, integrándose primero entre los parroquianos, después con el mobiliario.

Hasta que al fin apareció, irradiando una belleza pura a la que era difícil resistirse; tenía que ser ella. “Si no actúo, pronto habrá más muertos que vivos”, pensó embelesado. La mujer atravesó el local directa hacia Solo —por suerte era temprano y su única competencia era una anciana desayunando—, le deslizó un “sígueme” al oído y se lo llevó del brazo.

Apenas entraron en la habitación del hostal, el detective se disculpó y encerrándose en el baño, se trasegó su inseparable petaca hasta vaciarla. Necesitaba cegarse rápido, consciente de que la clave del caso residía en los ojos quemados de los cadáveres.

Cuando salió, la mujer lo enganchó del cuello y le clavó una mirada penetrante. Algo intangible le arañó córneas y cerebro, hirvientes promesas de placer. Pero al detective, con 240 mililitros de ginebra en el cuerpo, aquella mujer ya no le resultaba atractiva. Y bastante tenía con no vomitar como para rendirse a sus embates mentales.

Bang. Ella, tan concentrada en su festín, se desvaneció con la elegancia de un ángel caído, incapaz de anticiparse al disparo traicionero.

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