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Realismo y novela negra

 

La novela negra es territorio fronterizo y, como tal, mestizo.

Aun con un origen concreto, en unas circunstancias precisas, con autores y obras bien conocidas, la novela negra ha evolucionado desde que nació, en los años veinte del siglo pasado, convirtiéndose, sobre todo en la actualidad, en un saco sin fondo en el que parecen caber demasiadas cosas que nada tienen que ver con ella. 

Si bien en demasiadas ocasiones se desvirtúa su naturaleza, en otras se trata de evoluciones razonables, naturales. Entre las primeras, hablamos sobre todo de obras que tienen mucho más que ver con sus antecedentes históricos: la novela enigma, el juego de clase alta, incluso con héroes irreprochables que todo lo pueden y todo lo saben, con buenos muy buenos y malos muy malos. 

No voy a entrar ahora a definir la novela negra como si fuera un experto, y qué es hoy novela negra, y qué no lo es. ¡Menudo debate! Me voy a referir a un aspecto de lo que yo considero su capacidad permeable de tiznarse con otro género bien definido: el realismo.

En realidad, me parece que la novela negra es una manera de entender el realismo, seguramente su forma moderna. Y, atendiendo a esa línea, una manera de actualizar el realismo social.

En sus inicios, la novela negra se caracterizó por ocuparse de lo que sucedía en la calle, en los callejones, en los tugurios, en los peores ambientes de la sociedad, incluidos los del poder, abandonando los juegos investigadores en los lujosos salones de la clase dominante, como había ocurrido hasta entonces. Huyó del buenismo y se adentró en lo peor del alma humana, en sus vilezas, en las malditas vidas cotidianas de tantos. Creando personajes oscuros, ambivalentes, ambiguos, amargados, tan deformes como cercanos a la realidad, o fruto de ella.

En ese sentido, amén de su propia naturaleza ha terminado, prácticamente, sustituyendo a la novela realista de los Zola y los franceses, Dostoievski y los rusos, en España parte de la generación del 98, amén de otros muchos, naturalistas y realistas, como Blasco Ibáñez, por poner uno de tantos ejemplos. Sin dogmatizar, y dispuesto a admitir opiniones contrarias, prácticamente el realismo se terminó con la generación de los 50. Lo que no quiere decir que no siga habiendo escritores en esa línea, porque hay escritores, afortunadamente, para todos los gustos. La diversidad contemporánea es bien rica. Estoy generalizando. 

Una de las razones pudiera ser que la novela negra recogió el guante del realismo, siempre presente Juan Marsé. El guante de una necesidad literaria de cualquier época: reflejar la sociedad, contarla, criticarla, denunciarla. Ese papel lo cumple, mayoritariamente, la novela negra, hasta sus sucedáneos y derivaciones lo logran. Incluso lo puede cumplir cuando el  escritor no es consciente, o no quiere involucrarse en ello, por el mero hecho de manejar los elementos comunes del género. O aunque sólo lo considere un elemento más de su obra.

El hecho de relatar corrupciones, de reflejar úlceras de la sociedad, estigmas que se revelan cada día en los medios,  de sacar a relucir las heridas y las contradicciones del sistema, está clavando una foto veraz de nuestro entorno en la retina de los lectores.

Los relatos de Caminando por las Hurdes, de Antonio Ferres y Armando López Salinas, por ejemplo, son perfectamente trasladables a la novela negra de ahora. Bastaría en el presente que el autor añadiera al paisaje y al paisanaje un crimen que, cuando se investiga, delata un entramado corrupto entre un político (y su partido) y un constructor (y su consejo de administración), para erigir una urbanización de lujo, con hotel, campo de golf y todos los aditamentos que tanto gustan a algunos políticos y a cualquier constructor que cobre por el proyecto. El objetivo, planteado a propósito o como consecuencia indirecta de escribir la trama, es el mismo: contar verdades.

Es decir, que se han añadido unos pocos elementos que caracterizan, también a la novela negra: un delito, o dos, un investigador (oficial o privado), un periodista que haga las veces de tal, o hasta un cura, o un panadero, ¿por qué no?, la investigación en sí o el curso del delito, etc. Y lo demás, lo que subyace, es la realidad, en ocasiones, minuciosamente descrita.

No creo que sea consustancial con la novela negra la investigación, sea por parte de quien sea y a través del procedimiento que sea. No. Precisamente por lo de realista que tiene el género, entre otros motivos. Se pueden producir crímenes, tramas negras sin que intervenga la autoridad, o tal vez para convertir la autoridad en los malos (como hizo Jim Thompson entre otros), episodios sin trascendencia pública, en fin, es todo un mar de posibilidades. Yo tiendo a ver las historias desde el punto de vista del criminal, o desde alguien cercano. Sin embargo, el sumario, la investigación, no suele interesarme tanto, aunque también me agrade como lector. 

Lo que no concibo es que, desde las instancias del poder literario, se menosprecie, y hasta denigre a la novela negra. Hay infinitas pruebas de que se trata de una literatura (que puede ser buena o mala, como todas) de una calidad, interés, proximidad, etc. tan dignas y respetables como la mejor otra literatura creada. Lo es por el género en sí, sin duda, a lo que sumar, si fuera preciso, ese condimento de realismo, sea realismo sucio, social, psicológico, realismo costumbrista, etc., cualquier tipo de realismo es válido para construir novelas apasionantes. Es lo que tiene la negra.

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