Quince años (que cuando me descuide serán ya dieciséis) fatigando festivales del género, entrevistas en radios, televisiones y páginas web, mesas redondas (que siempre son rectangulares), coloquios y hasta algún congreso universitario, en media docena de países, pero siempre volvemos a la misma pregunta del huevo y la gallina que nunca se acaba de desplumar
¿Qué es y que no es novela negra?
En estos tres lustros opacos he escuchado infinidad de respuestas (y yo mismo he ofrecido algunas incluso contradictorias solo para divertirme un rato). Pero llega la hora de acabar o de una vez por todas con este debate y se abre el juego para que mis compañeras y compañeros se expresen desde aquí.
La experiencia me demuestra que no coincido con muchas y muchos a quienes respeto y admiro, porque para ser sinceros cada cual mide la novela negra según la que escribe.
Así, quienes tendemos a estirar sus límites para ver hasta dónde legan, defenderemos su amplitud, quienes escriben desde el purismo más estricto tendrán a cerrar los corrales para que soplo quepan las novelas más pata negra y clásicas en el mejor sentido de la palabra.
Y quienes escriben novela negra cómo escribirían cualquier otra cosa, es decir para escuchar el clink caja en lugar de los disparos, dirán quizás que la respuesta la tienen las cifras, que jamás se equivocan, como indica, sin lugar a dudas, la dieta de millones de moscas que recomendaban los graffittis de los años 80.
Y entre estos tres rayos de la rueda comercial y literaria de lo noir, muchos otros. Tantos como autores y autoras. Porque cada cual habla de la feria según le haya ido en ella y la mitad nos perdemos antes de llegar.
Pero como de abrir un debate se trata, voy a exponer lo que pienso: pese a su carácter de retrato social, creo que la novela negra es una novela de personajes, y no resulta contradictorio con lo anterior, ya que el sistema y sus mecanismos afectan a las personas, en algunos casos hasta llevarlas a las situaciones límites que luego escribimos.
Más que la intensidad del negro en la textura, me interesa la calidad de la escritura, que puede ser excelente siendo florida o parca, canónica o experimental, seria o irónica. Pero solo es buena si es buena. El resto son pamplinas.
No creo que la novela negra tenga una función social obligatoria, pero sí que es inherente a su propio carácter, dentro de un amplio abanico de caracteres, acabar contando lo que ocurre en el entorno para explicar lo que explota en la intimidad.
La novela negra no está obligada a informar sobre los grandes delitos de nuestra era. A menudo se nutre de ellos, como se nutre de la realidad, para imponer a sus personajes la situación límite que empujará la trama rodando cuesta arriba hacia el final. En ocasiones elegimos ciertos temas porque no duelen o indignan y la mejor manera de compartirlos o llamar la atención sobre ellos es que formen parte de la novela. Porque así es posible que si está bien escrita y los personajes tienen algo que contar, quién lee vuelva su atención sobre aquella noticia que el telediario dio por olvidada y decida informarse un poco más, que para eso hay ensayos, reportajes y documentales.
Es decir que la novela puede ayudar a devolver el foco perdido a ciertas noticias, pero si no tiene nada más que contar, terminará resultando contraproducente.
El realismo obligatorio y a veces agobiante rara vez retrata la verdadera realidad, que es diferente según quién la mire quién la lea y quién le escriba. Apuesto por la credibilidad, es decir la habilidad que a los narradores se nos supone para inventar un mundo y que el lector se lo crea, incluso cuando se sale de los límites aceptados ( o impuestos). Una narración exhaustiva de cada procedimiento policial, en la que hasta el último detalle esté desarrollado durante páginas y páginas, propiciará la cura del insomnio, pero si no tiene una relación directa con lo que la historia está contando, sonará siempre a impuesto que le cobramos al lector para que vea todos los libros que hemos tenido que leer para escribir un libro más.
El tópico de que el detective en nuestro entorno es inviable, omite informar que, salvo pequeñas excepciones, también en Estados Unidos fue imposible, que investigar un asesinato rara vez estuvo dentro de las atribuciones de una agencia de investigaciones, y que en realidad el papel fundacional de Philip Marlowe o Sam Spade, tenía quizás por objeto reivindicar la posibilidad de que también el ciudadano de a pie hiciera justicia en un sistema en el que las instituciones se dedicaban, ya entonces a reverenciar al poderoso y buscar al culpable entre los débiles.
Con respecto a las etiquetas, en varios textos justamente olvidados, he dejado escrito que llevan varias décadas siendo las deciden nuestro criterio y nos ahorran el duro trabajo de pensar, dado el escueto espacio que presentan para poder describir y definir (como si fuera fácil) a una persona o un género literario.
Las etiquetas se despegan con el sudor, las lágrimas y cualquier otra clase de fluido de los que abundan en la novela negra y en las de cualquier otro color. Quiero decir con esto que he leído trhillers que son excelentes novelas negras, novelas negras sin muerto ni detective y que me han hecho replantearme muchas cosas, novelas desde el punto de vista del culpable o de la víctima, novelas de todos los colores posibles que son negras por vocación, por calidad, y por construcción. Y que están tan ocupadas en ser bien escritas quien olvidan pegarse la etiqueta.
Estos son solo unos apuntes con los que abro el debate y respetando desde ya todas las opiniones que lleguen por parte de colegas a quienes ya he remitido la invitación para que vuelquen en este foro su punto de vista, a ver si acabamos de una vez por todas con este debate.
Así podemos inventamos otro que dure también eternamente.
Carlos Salem