Nacido en plena pandemia, el sello editorial Real Noir se dispone a inicial se segunda fase de su lanzamiento. Tras presentar sus credenciales como iniciativa para difundir novela negra de la mayor calidad y nadica en otras costas, llega en breve el quinto volúmen: Punto ciego, de los argentinos Kike Ferrari y Juan Mattio.
Los autores
Kike Ferrari En 2012, su novela Que de lejos parecen moscas recibió el Premio Memorial Silverio Cañada a la Mejor Ópera Prima Criminal en la Semana Negra de Gijón, y se convirtió en un pequeño fenómeno de culto. Recientemente reeditada en España, se publicará tambièn en Italia, Francia y Estados Unidos. Es autor de las novelas Operación Bukowski, Lo que no fue (Primera Mención del Premio Casa de las Américas en 2009), Punto ciego -en coautoría con Juan Mattio- y del libro de cuentos Nadie es inocente.
Escribe en revistas y blogs literarios en España, México y Cuba.
Juan Mattio Fue editor de las revistas culturales Juguetes Rabiosos, La Granada y Sonámbula. Su novela Tres veces luz obtuvo una mención en el Premio Casa de las Américas en 2015. En 2017, la Biblioteca Nacional le otorgó una beca de investigación para trabajar sobre la obra de Ricardo Piglia. En 2018 recibió una beca de creación del Fondo Nacional de las Artes. Su novela más reciente es Materiales para una pesadilla.
La trama
Cuando asesinan a su amigo y maestro, el periodista veterano Darío “Chato” Tizziani, que arrastra el desencanto de una generación que se creyó capaz de cambiar su país, comienza una investigación que lo lleva enfrentarse con una realidad opuesta a la que soñó. Transita entre la corrupción político- policial, la trata de personas, el tráfico de drogas y una fábrica tomada por sus obreros, en el pequeño feudo de un millonario del conurbano bonaerense. Aferrado a convicciones que creía perdidas, Chato avanza como un coche a toda velocidad, sin distinguir el punto ciego que sólo se hace nítido cuando la colisión es inevitable.
Novela frenética y feroz, Punto ciego es una imagen enciclopédica del
desasosiego argentino en la década del 90, pero también un homenaje a los clásicos del género negro, en especial a Ross MacDonald.
El escenario
«Con la democracia se cura», rezaba una de las consignas de campaña electoral utilizadas por Raúl Alfonsín para ganar en diciembre de 1983 las primeras elecciones democráticas después de la cruenta dictadura argentina del general Videla y sucesores. Visto desde lejos, el período de gobierno militar duró «apenas» siete años. Pero sus heridas siguen supurando.
El país no se curó del todo. Las tramas y sub-tramas de poder y corrupción que cristalizaron durante esos pocos años, no se diluyeron en 1983. Ni mucho menos.
Con la mira telescópica del mundo puesta en las brutales agresiones a los Derechos Humanos, a menudo quedó fuera del radar de la opinión pública de la Justicia la red de corrupción económica y política que fue, quizás, la razón del golpe de Estado, o su consecuencia. Creo que era el fallecido cantautor Facundo Cabral quién decía aquello de que «los pobres son los que dan personalidad a los países, por los ricos son iguales en todas partes». Más allá del corto alcance de la boutade discutible, se podría decir lo mismo de los corruptos, diferenciando los grados de violencia que son capaces de ejercer para mantener el poder en la sombra y sus privilegios, caiga quien caiga.
Esta novela de Ferrari y Mattio aborda un periodo no muy visitado de la literatura argentina. Tras el fin del régimen militar, surgieron las muchas y algunas buenas novelas que proponían el «descubrimiento» de esas atrocidadesque una buena parte de los argentinos no ignoraba, pero conseguió no ver mediante el viejo procedimiento de mirar hacia otro lado.
Al igual que otros periodos históricos nefastos, como por ejemplo la Guerra Civil Española, el retorno de la democracia propició la creación y difusión de mucha literatura qué denunciaba lo que había ocurrido y trataba de ejercer de memoria ante una voluntad amnésica de sectores de la población, o simplemente aprovechaba la corriente, que de todo hay en el caldero de las Letras.
Cómo suele ocurrir, a medida que avanza el tiempo y se normalizan el conocimiento de las atrocidades, decreció paulatinamente el número de novelas que se ocupan de hablar de ellas y recordarlas.
Se entraba en un terreno gris en el que resulta a veces más urgente tratar de describir el nuevo desconcierto que recordar el viejo escarnio.
Como si tras la larga noche autoritaria, no terminara de amanecer del todo, pero la mayoría se esforzase por conformarse con esa luz insuficiente y a veces sucias que precede al verdadero amanecer, si es que alguna vez ocurre.
En ese periodo incierto transcurre Punto ciego, en una Argentina de los años 90, que habituada a dar por sabido todo lo que ocurrió, trataba de mentirse que la democracia lo cura todo, maquillando las cicatrices o simplemente mirando sin verlas. Una Argentina más atenta al dólar que a los dolores que seguían doliendo.
En ese marco, el protagonista de la historia, el veterano periodista Darío «Chato» Tizziani, que no ha perdido todavía los antiguos reflejos y los hábitos precavidos de la clandestinidad, militante devenido periodista, emprende la búsqueda de la verdad sobre la muerte de un amigo y maestro de otros tiempos, que lo ha seguido siendo y no le sobran.
Lanzador como un coche a toda velocidad, avanza sin ser consciente del terreno que pisa y los abismos qué esperan en cada esquina, mientras se va asomando a una trama de corrupción con distintos grados que no deberían sorprenderlo, pero es de esa urgencia por recuperar la fe en una democracia mágica, que se alimentan y sobreviven los restos escondido bajo la alfombra de cualquier dictadura en retiro aparente. La misma alfombra bajo la que se ocultan sus muertos. Un viaje enloquecido en el que huele a podrido en cada sector al que el Chato se asoma: desde el poder político el empresarial, pasando, desde luego por la estructural policial.
La buena literatura policíaca de América Latina carece o casi de héroes policías (salvo honrosas excepciones), en buena medida por todos los motivos antes citados: es difícil limpiar de malos hábitos una institución tan importante, y que resultó de gran utilidad durante la dictadura. La democracia puede que cure pero tarda muchos años en ejercer un efecto definitivo. Mientras tanto, solo quedan los placebos legales que no siempre se cumplen su función, los somníferos que ayudan a dormir pero no borran las pesadillas, y la rápida recuperación de la vieja costumbre de mirar hacia otro lado para evitar que el poder oculto se fije en uno mientras se lleva al vecino, diferentes versiones de aquella tan repetida frase: «algo habrán hecho».
Difícil trabajo a cuatro manos, pero muy bien conseguido entre Kike Ferrari y Juan Mattio, hasta el punto que no se distingue quién escribe qué y ese era el objetivo.
Pese a que Buenos Aires sea el telón de fondo de esta novela y hable de tiempos qué tal vez no sean suficientemente conocidos en otros países, alcanzan los datos básicos, esos que prendidos con alfileres hemos ido manteniendo a lo largo de décadas y distintos informativos, para disfrutar de la trama, ya que es una excelente novela negra, al más puro estilo Ross MacDonald, un intento porque la verdad brille aunque sea durante un instante, la búsqueda de la lucidez que se adquiere cuando se pierde la prudencia.
Novela dura, pero de excelente lectura, escrita de forma tal que no es necesario conocer al milímetro el entorno social e histórico en el que ocurre, para disfrutar y compartir la búsqueda del Chato Tizziani, y avanzar con él, pisando el acelerador y olvidando el freno, por esa carretera que acaso lleve a esa verdad que tratamos de mirar de frente, olvidando que siempre existe un punto ciego, un ángulo desde el que pueden venir el peligro y la muerte, a los que no vemos hasta que es demasiado tarde.