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Hace poco planteábamos, más que una posible polémica, un tema de conversación para acabar, si fuera posible, con la pregunta que se nos plantea a quienes escribimos novela negra cada vez que alguien nos acerca un micrófono cerca: ¿Qué es novela negra?

El conocido autor madrileño Paco Gómez Escribano fue uno de los primeros en entrar en el debate pero fueron varios más los que siguieron el hilo. Hoy toca el turno a un maestro del género: Mariano Sánchez Soler.

 

En una sociedad como la nuestra, la literatura negra es un género literario que debe ser preciso, verosímil, realista, como si se tratara de un mecanismo de relojería; un artefacto conectado a las zonas oscuras de la mente humana y a la violencia como fenómeno social: puro virtuosismo siniestro y de consecuencias imprevisibles. Así debe ser, en mi opinión, la bienllamada novela negra, evolución urbana, despiadada, amoral, revanchista… de la novela criminal clásica, la novela-enigma, que tan buenos ratos ofreció a nuestros bien pensantes antecesores.
La novela negra (llamada de tantas maneras: policíaca, criminal, giallo, polar, detective story, crock story, misterio, thriller, suspense…) es un género narrativo que se detiene en la violencia para retratar nuestra sociedad con la ternura de una apisonadora. Resulta imposible explicar la historia del último siglo sin recurrir a la expresión del crimen en todas sus facetas y tamaños. La novela negra es también la opción de quienes apostamos por el realismo, convencidos de que nuestra sociedad es mucho más dura que cuanto conocemos de ella; que la verdad se nos escapa entre los dedos como agua de alcantarilla y que, al final, siempre nos queda un fango, un lodo hecho literatura de la mejor; convertido en narraciones magníficas, impresionantes, contundentes… que llevan en su esencia el corazón y el coraje de sus autores, pero también sus fantasmas.
La razón de la novela negra y su vitalidad como expresión literaria se debe a su visión del mundo, a su técnica narrativa, a su manera de contar historias impresas sobre el asfalto recalentado de nuestras calles, entre los grandes rótulos de neón y los pedigüeños harapientos. Desde los clásicos, las claves temáticas del género se siguen cimentando en los abusos del poder, en las mentiras convertidas en verdades útiles por los farsantes, en la corrupción que circula desde los despachos de la dignidad monetaria hasta los escondrijos siniestros de la brutalidad; hasta iluminar los rincones oscuros de la naturaleza humana, víctima y verdugo a la vez.
Estas realidades provocan historias que bien merecen una novela, o mil. Porque yo, que procedo de la poesía y cultivo de manera implacable la literatura de no ficción, he descubierto a los mejores cronistas de mi época escondidos bajo la etiqueta de un género que sólo la estupidez puede considerar menor. Ya lo sentenció Raymond Chandler cuando, tras pedir que le mostraran a alguien incapaz de soportar la novela policiaca, concluyó: “Se tratará, sin duda, de un mentecato –concluye-, un mentecato inteligente –es posible- pero de todos modos un mentecato”. Desde Poe, desde Hammett, estos autores han mostrado los rincones tenebrosos de sus existencias marcadas por tantas desesperaciones. Porque todos surcamos las páginas de la novela negra, como criminales en potencia o como víctimas capaces de aprender a disimular nuestra propia inmolación.

MARIANO SÁNCHEZ SOLER

 

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